lunes, 28 de diciembre de 2009

olvidable (parte 4)

La embarazada respiraba como si estuviera a punto de parir. Por la panza era evidente que todavía le faltaba un buen rato, pero la chica que se había estado comiendo las cutículas (se llamaba Silvina, o Silvana) estaba convencida de que tenía que hacer la respiración de parto. Yo no terminaba de decidir si era una herramienta de distracción o si realmente creía que eso le ayudaría a calmar el mareo. Del pelirrojo sólo me acuerdo que en ese momento tenía los ojos cerrados y que su silencio era incómodo, como el de un extranjero: un colombiano. El único pelirrojo que conocí, Pablo, un compañero de la primaria. Nadie lo quería cerca porque decíamos que tenía olor a queso. Se atrincheró en la lectura y eso lo convirtió en un objetivo mucho más fácil, como un animal lastimado. Cuando terminamos la primaria se cambió de escuela, o tal vez se volvió a Colombia, pero lo cierto es que nadie más se molestó por saber lo que fue de él. Lo recordé una sola vez, unos años después, y se me ocurrió rastrearlo, pero por falta de iniciativa o por aburrimiento, no lo hice.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Olvidable (parte 3)

Martina era la única que a veces podía tomárselo con humor. Revisaba el botiquín para ver si había algún medicamento nuevo y jugaba a ser farmacéutica. Nos diagnosticaba cosas y nos daba remedios que Nicolás a veces se tomaba. Cuando no le prestábamos atención, payaseaba con la gorra de baño: hacía de cuenta que era una bolsa, y se ponía a respirar adentro, como si el espacio del baño fuera muy poco para ella, como si sus pulmones no pudieran soportar semejante vértigo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Olvidable (parte 2)

El ascensor era de un tamaño parecido al baño donde nos encerraba papá cuando éramos chicos. Tenía un espejo grande, era de calcáreos grises, bastante triste. A la puerta se le salía la manija de adentro, y papá nos amenazaba cada vez que lo poníamos nervioso. Los que no sabían de la falla de nuestro baño no entendían la magnitud de la amenaza, pero aquella manija significaban una, tal vez dos horas en aquel cuarto apenas ventilado por una ventana que estaba cerca del techo, y que estaba a pocos metros de la pared del edificio lindante. A veces me metía a mi solo, pero ese día parecía como si papá nos hubiera metido a todos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Olvidable (parte 1)

Lo último que vimos de él antes de que la embarazada empezara a entrar en pánico fue el cordón sucio de su zapatilla. La chica que se había estado comiendo las cutículas con una voracidad que jamás había visto, abandonó su hazaña y comenzó a tranquilizarla. Al mirarlas, sentía que estaban lejos: no había nada que yo pudiera hacer. Las chicas se habían sentado de un lado y el pelirrojo y yo, del otro. Y el quinto acababa de salir por el techo.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

después del intervalo (FIN)

Cuando pasamos por la sala busco a Darío, pero no está o no puedo encontrarlo. El chico me sienta en el borde de la bañadera y me recomienda que me lave bien, con jabón, y que la próxima vez me ponga zapatos para salir. Me lavo con agua hirviendo porque no siento nada: se destiñe y se va. Mucho menos me voy a indisponer ahora, que la sangre se pierde por otro camino. Como las pastillas, seguro me olvidé los zapatos en lo de Belén. O tal vez Belén se los llevó a la pieza a propósito, y por eso dejó la puerta abierta. No tengo nada clavado en los pies, sólo lastimaduras. Es la falta de costumbre de usar zapatos altos. Cuando se guardan en el fondo de placard, las cosas se olvidan.

viernes, 30 de octubre de 2009

después del intervalo (parte 11)

Algunas personas se están yendo en un taxi, no alcanzo a ver quiénes son. Subo por las escaleras porque el ascensor está arriba, y toco el timbre como energúmena. Esta vez me abre una chica que no vi en toda la noche. Le pregunto por Guadalupe pero levanta los hombros porque no sabe de quién hablo. En la sala quedan menos personas o yo veo mejor o entra mucha luz entre las rendijas de la persiana. Cecilia se abalanza sobre mi, riéndose de mi maratón nocturna. Piensa que me fui con alguien y que no funcionó, pero no intento justificarme, me agota. Me lleva a la cocina a tomar agua porque le pica la garganta y le pregunto por Guadalupe. “Ya se fue”. Y Lucas “También”. Me cambia de tema. Ve que estoy descalza y que me sangran los pies, especialmente el derecho. Le baja la presión porque le impresiona la sangre, y quizás también porque le manché todo el piso de la cocina sin darme cuenta. A mi también me baja la presión, nosé por qué. Tal vez perdí mucha sangre en el camino. Un chico me lleva al baño para que me desinfecte, del pie caen gotitas. La chica que me abrió la puerta se queda abanicando a Cecilia con el menú de un restaurant chino de la vuelta, gritando que alguien le traiga un caramelo o algo.

lunes, 19 de octubre de 2009

después del intervalo (parte 10)

Llego a lo de Belén y toco el timbre tres veces para que sepa que soy yo. Me abre con la cara hinchada y los ojos como líneas. “Estaba durmiendo”, dice, y se me exalta todo el cuerpo. Si tuviera cola probablemente la movería, lista para deshacer mis pasos, hasta lo de mi prima. “Tenés cara de loca. Eso, o estás hecha mierda.” La abrazo con más fuerza de la que quería y le pregunto si está bien, pero no nos movemos de la entrada de su casa. Me dice que sí, mejor. Que probablemente duerma dos días seguidos, pero que mal no le va a venir. Le pregunto si quiere que me quede, y ruego en silencio que me deje volver. Me hace entrar, y hace que me tome aunque sea un té. Yo la sigo sin oponerme. Me pregunta, sin mirarme, si estaba Lucas, “Sí”; que si pasó algo, “No”. Me escucha mientras sirve el agua caliente en las tazas. Me dice que es una pena, pero suelta una risa- se ríe de mi- y yo no le digo nada. Empieza a sonar mi teléfono pero no atiendo hasta que ella me hace un gesto con las cejas. Es Cecilia que quiere saber dónde estoy. Le explico con vaguedad que tuve que irme, pero no puedo hilar las palabras unas con otras, me agota. Cuando cuelgo Belén me está mirando, enojada. Me dice que soy un desastre y que ella se va a dormir. “Vos, hacé lo que quieras.” Belén a veces me habla como mamá, pero esta vez hago lo que quiero. Ella se va al dormitorio y deja la puerta abierta. Yo me lanzo a la calle y corro las diez cuadras.

miércoles, 7 de octubre de 2009

después del intervalo (parte 9)

Vuelvo a cerrar los ojos, vuelvo a sentir a Lucas mirándome y, de nuevo, otras manos que me toman por la cintura; luego me rodean. Esta vez es Guadalupe que con un aliento denso me dice secretos que no termino entender, que incluyen a un hombre, y al baño. El baño me recuerda a mi amiga. Con los ojos abiertos me oriento y le digo a Guadalupe que tengo que hacer pis. “Te acompaño?” “No, todo bien.” Me encierro y me miro en el espejo. La misma cara que un año atrás, muy distinta a la del ascensor un par de horas antes. Los ojos vidriosos, entrecerrados, con el delineador un poco corrido, el cuerpo más liviano que lo usual. Me gusta cómo me veo, siento que podría correr una maratón y ganarla, o que puedo salir y transformarme en cualquier cosa. Hago pis: me preocupa que todavía no me haya indispuesto, pero mi atención se enfoca en las tres llamadas perdidas que me marca el teléfono. La última es de hace media hora asique llamo. Me atiende mi amiga llorando diciendo que algo de la película la hizo acordar al padre, que se tomó algunas pastillas de las que me olvidé la semana pasada.
Salgo del baño en automático y, aunque no quiero irme, agarro mi cartera del cuarto, cruzo la sala entre manos y cuerpos transpirados que de tanto pegote parece que me quieren invitar a quedarme, y salgo a la calle. El fresco me despabila y me duelen los pies. Me saco los zapatos y empiezo a caminar, atenta al piso. No pasa ningún taxi y todavía escucho la música del tercero. Mientras camino pienso en Lucas, pero se me confunde con la cara de Darío. Los recuerdos del año pasado son como fotos en blanco y negro, o una película en cámara lenta, con el cuerpo de Lucas, pero con la cara de Darío, y la semana que no salí del departamento, y el llanto de mamá. Camino más rápido, buscando la forma de regresar pronto sin ser irresponsable. Mi amiga va a recordarme lo que viene después de la noche, pero no me importa si la pérdida es sólo de un año.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

después del intervalo (parte 8)

Voy hacia Darío, me siento junto a él. Me pide que lo acompañe a la cocina, que hay una sorpresa. De nuevo me guía de la cintura, y ya ni me doy cuenta. La luz blanca nos hace taparnos la cara por un momento. Al abrir los ojos nos volvemos a mirar, para asegurarnos de algo. Por la forma en que me mira estoy convencida de que puedo hacer lo que quiera. En la mesa hay tres personas armando líneas de cocaína, y tomándolas, como en una carrera. Nos sentamos con ellos, Darío hace dos rollitos con billetes de diez pesos y aspiramos nuestra primer línea. Cuando la terminamos, veo que tenemos una columna de zurcos blancos listos para que continuemos hasta donde queramos. Veo la torta de cumpleaños sobre la mesada, todavía con la velitas sin prender, pero con algunos manotazos menos. Es una ocasión especial, una vez al año no está mal. Nos tomamos la segunda y se asoma Lucas. Lo miro como si no estuviera, como si él y Darío fueran la misma persona porque da igual. A la tercera línea me late varias veces el párpado inferior del ojo derecho y decido, por el momento, concluir con la incursión. Darío me limpia la nariz, inhala con ruido, se frota los dientes y guarda los billetes. Por algún motivo agradecemos la generosidad del proveedor y la gentileza de la compañía agachando las cabezas como hacen los japoneses, y regresamos a la sala de la mano, a bailar. En el bolsillo tengo una bolsita que me agarré de la mesa, para más tarde. Creo que ni Darío se dio cuenta.
Parece como si todos se hubieran puesto de acuerdo: podríamos ser veinte o cincuenta o cien bailando en esta sala. No llego a ver las paredes; prácticamente no veo a las personas que dan vueltas y vueltas. En la marea de gente me pierdo de Darío, pero no me doy cuenta, ni él. Bailo como si no hubiera nadie, con un impulso frenético. Los brazos que suben y bajan solos. Soy un animal que despliega lo que tiene para seducir al que puede. Con los ojos cerrados sé que Lucas está cerca, que deja a la chica, que ahora me quiere a mi porque estoy con otro. Alguien que no es él me toma por la cintura y no me sobresalto ni abro los ojos. Podría pasarme horas con los ojos cerrados. La voz de mi prima me dice que la pone feliz verme bailar, y me da un poco de champagne. Antes de fundirse con los otros me dice que me vio, y que hacemos linda pareja. Si me detuviera a pensarlo sabría que soy conceptualmente disfuncional como pareja, pero sonrío y le creo.

sábado, 12 de septiembre de 2009

después del intervalo (parte 7)

Como si me hubiera oido, tengo a Guadalupe prendida de la muñeca, sonriendo, salvadora, con las tetas que casi se le escapan del escote violeta. Me dice algo que no entiendo y me tomo la copa de una sola vez, más pendiente de lo que está pasando en la parte de la fiesta que acabo de abandonar. Guadalupe me lleva de la mano a un costado para conversar. Se la ve excitada; trae una botella y tomamos del pico –tal vez debería sorprenderme, pero las horas tienden a deformar un poco todo. Siento que pierdo el ritmo, pero me suelto para que me lleven con la corriente. Estoy agradecida con Guadalupe y me cae mucho mejor. Le converso de lo que quiera, y me divierto. Mientras me habla de la vez que conoció a Cecilia –el teatro- sin querer miro a los lados para ver si Lucas me mira o al menos me busca. Pero no veo nada, sólo luces rojas, verdes y azules, caras que parece que se mueven, que beben, cuadro por cuadro, que mueven las bocas como si cantaran –yo no escucho nada-, y que sacuden los cuerpos como si bailaran. Guadalupe termina de atrapar mi atención cuando dice que es actriz y estudiante avanzada de fiolosofía. Se rie de mi cara y me habla de su tesis de grado, de la obra que quiere codirigir; y bebe champagne del pico alternándose conmigo. Le cuento de mis estudios frustrados, del laboratorio que tengo en casa, la muestra que me ofrecieron hacer pero nosé, la carrera que empecé hace dos años y que tengo que concentrarme mucho para no abandonar. Mi amiga es una parte fundamental, mi pie en la universidad. Le sorprende encontrarse a una psicóloga y le digo que falta muchísimo, que a mi me sorprende la actriz. Brindamos por la paz mundial, y mientras bebo mi parte, ella agrega que vino con la intención de tener una buena noche, y creo que me guiña un ojo. Nos abrazamos como amigas que se reencuentran después de mucho tiempo y me dice que el italiano me mira, que si no salimos a cazar pronto no va a quedar nada. Pero primero nos terminamos la botella para que el cuerpo vaya más liviano, para que mañana hayan algunos recuerdos más de qué arrepentirse. Guadalupe dice que a veces hay que saber disfrazarse, como vestirse para un ritual, y actuar un poco para adaptarse a cualquier lugar. Le miro las tetas de nuevo, y me gustaría tener un escote más profundo.

viernes, 4 de septiembre de 2009

después del intervalo (parte 6)

Me termino la copa de champagne, me paso el delineador negro por los ojos, el brillo por los labios, hago pis y vuelvo. Voy directo a la mesa donde están las botellas, procurando ser vista y sin mirar a nadie. Me paro derechita y busco la botella verde. La voz de Lucas me pregunta si quiero champagne. Le busco los ojos que sólo alcanzo a ver con un destello verde. Acerco mi copa sin decir nada, no porque no quiera decirle algo sino porque no tengo nada. Lamento que haya llegado tan pronto –en un par de copas voy a estar más ágil. Sinceramente, prefiero quedarme callada antes que decir una estupidez. Me devuelve la copa llena y sirve otras dos: señal suficiente de que mi tiempo –desaprovechado- se terminó. Con una sonrisa impostada me escabullo en la jungla de piernas y brazos en la búsqueda de una cara concida –Guadalupe; me acordé- que tenga la habilidad de permitirme hacer de cuenta que la estoy pasando tan bien. Alguien me agarra de la muñeca y de un tirón me hace dar la vuelta. Por el acumulamiento de personas ni siquiera pierdo el equilibrio. Se me cae un poco de champagne, sí, pero nadie se da cuenta que le tiré un poco en el vestido a una piba, y en el pelo a otra que parece una enana. Tal vez simplemente no importa.

miércoles, 26 de agosto de 2009

después del intervalo (parte 5)

En la habitación hay un velador prendido. La luz amarilla se refleja en la cara de Darío, que no se parece en nada a la de Lucas, pero que me entusiasma igual. Tiro la cartera en la cama y sé que está midiendo la forma en que me muevo. En situaciones como estas puedo apurarme y salir corriendo o aprovechar el conocimiento que tengo –inutilizado hace un tiempo- sobre el comportamiento de chicas como las amigas de mi prima. Me dice dos o tres cosas en italiano –de las mecánicas, pero me da igual-, y brindamos antes de volver a la fiesta en la sala.
Cecilia me estaba buscando. Me lleva a un rincón y me dice que llegó Lucas. “Está con una chica, pero no es la novia. Además es fea.” Me meto en el baño y llamo a mi amiga de la facultad. A ella, como a mi, no le gustan los tacos, ni las fiestas como estas, pero no tiene primas. Y además a mi me gusta el champagne. Le cuento de Lucas, de la chica que todavía no vi pero que es fea. Aunque no lo conoce, a ella no le gusta Lucas, dice que es tan narcisista que debe ser un gay reprimido, que me deje de joder. Yo a veces pienso que a mi amiga tal vez le gusto -cuando uso zapatillas-, y por eso desaprueba de mis amoríos. De cualquier forma se lo permito, porque tengo un historial que en general deja mucho que desear. Me dice que me vaya temprano –para ella es obvio que debería morirme de aburrimiento muy pronto-, le avise y la pase a visitar. Vive a diez cuadras de donde estoy, y va a estar viendo una película. Le recuerdo que quiero conocer a alguien y me contesta que no estoy en el lugar adecuado. Y que no empecemos.

jueves, 20 de agosto de 2009

después del intervalo (parte 4)

Alguien me pone una copa de champagne en la mano mientras le digo algunas cosas a Guadalupe y busco a Cecilia con la mirada. Puedo oirla hablando fuerte, excitada en algún punto de la habitación de luces apagadas, con destellos lumínicos rojos, verdes y azules que salen de un par de aparatitos colgados del techo. El timbre ya sonó de nuevo y mi acompañante –decido que será mi nueva amiga por esta noche- se fue a abrir la puerta dando saltitos entre los que conversan y se rien en su camino.
Busco los cigarrillos torpemente con la mano que me queda libre. Me apuro un poco: hay algo de tener las manos ocupadas que me gusta; un elemento sociabilizador pero inaccesible; la prueba del falso orgullo a estar sola en medio de un enorme grupo de personas. Avanzo con cuidado, intentando no salpicar y no caerme de los tacos. Llevo el cigarrillo apagado por encima de mi cabeza, como si pudiera quemar a alguien. Distingo el contorno de Cecilia y me acerco hasta que me ve. Se separa del grupo de cuatro y me abraza con dos chillidos sutiles de genuina alegría. Me explica que pensaba que no vendría por lo del año pasado y el quilombo familiar. Le doy un beso y le señalo los zapatos: vine por el segundo round. Creo que no entiende –o se hace la que no entiende-, y me dice que estoy hermosa y me presenta al grupo. Mariano, Julieta, Delfina y Darío. Saludo con un beso a todos y vuelvo a Cecilia para preguntarle en secreto lo que ya sabe, pero ya se fue a saludar a otros, recién llegados. Uno del grupo me acerca un encendedor prendido y me pregunta con tono extranjero –italiano- si no quiero dejar mi cartera en la habitación. Me rio. Chupo el cigarrillo con fuerza y vuelvo a reir. A los amigos de Cecilia les gusta ser anfitriones. Y hace un año un hombre me preguntaba exactamente lo mismo. No llego a contestar y siento una mano en la cintura que me conduce hasta el fondo del pasillo: me dejo conducir por la mano de un hombre, con la misma naturalidad de los zapatos y un vestido sin corpiño. Y porque las reglas de la casa, el espíritu de la fiesta, son otras. Tomo más champagne. El deja-vu y las burbujas me sugieren que me quede en fiesta.

viernes, 7 de agosto de 2009

después del intervalo (parte 3)

En lo de mi prima me recibe Guadalupe, una chica que no conozco, de altura promedio, pero extremadamente flaca y con tetas de estreno. Está encargándose de la puerta, me explica, para que Cecilia pueda disfrutar del festejo. Insiste en que la llame Guada, y aunque le aseguro que lo haré, sé que es muy probable que en diez minutos olvide su nombre o la confunda con sus amigas. Mientras me acompaña al living me imagino a un grupo de veinte chicas con la cara y las tetas de Guadalupe, insistiéndome que las llame Guada a la misma vez.
Se preocupa porque soy de afuera, entonces me esfuerzo por entablar alguna conversación que sé inútil desde el principio. Los parlantes largan una música saturada y la gente está en movimiento: las conversaciones deben limitarse a lo estrictamente mecánico. De cualquier forma, necesito cómplices o amigos por un par de horas: alguien con quien pueda sentirme cómoda y, con suerte, desinhibida para cuando llegue Lucas. Debería ser selectiva, pero no dispongo de tanto tiempo, y a juzgar por el comportamiento generalizado, cualquier persona podría ser la equivocada.

viernes, 31 de julio de 2009

después del intervalo (parte 2)

Mientras bajo, me miro al espejo del ascensor de reojo como si alguien pudiera verme desde una cámara imperceptible, traicionandome sólo a mi misma, aunque crea que es mucho más que eso. Me repaso los labios con el brillo rosado y salgo a la calle como si estuviera acostumbrada al vestido sin corpiño y a los zapatos que hacen “clic clac clic clac”. (Casi sin querer aceptarlo me encuentro disfrutando de la sensación de la madera contra el piso de la planta baja y la vereda).
En el borde de la calle me aliso el vestido mientras espero un taxi libre. Me rodeo con los brazo como si hiciera frío, paso el peso de mi cuerpo de una a otra pierna cada cinco segundos sin realmente intentar controlarlo. Es natural: cuántos años hace que no salgo con mi prima. Me suelto la cintura y controlo que el pelo siga en su lugar. Corre un viento que es menos que viento y por fin llega un taxi.

domingo, 19 de julio de 2009

después del intervalo

Es curioso darse cuenta de que algunas simples decisiones banales pueden desembocar en resultados trascendentales. Como haber usado un par de zapatos rojos con taco aguja en lugar de las sandalias chatitas que suelo usar para salir los sábados a la noche.
Me gusta considerarme feminista. No voy a usar caros zapatos altos para seducir. Sí, es cierto que las piernas se ven mejor, que se ganan algunos centímetros, pero es francamente incómodo y molesto. Pocas cosas me enervan tanto com el taconeo de las mujeres que van apuradas por la calle caminando detras mio. Pero vuelvo al caso de los tacos rojos.
Voy a la fiesta de cumpleaños de mi prima. No conozco a mucha gente, pero estoy segura de que va a ir Lucas. Barajo varios vestidos: tengo pocos que sean sugerentes, pero opto por uno negro, liso, con la espalda descubierta casi hasta la raya del culo. Tengo una buena espalda y esta noche la quiero mostrar. Los zapatos están en una caja en el fondo del placard, pero como estoy segura de que quedarán mejor que las chatitas, los saco, me los pongo, y dejo todo hecho un quilombo porque es tarde. Me gusta tener razón. Y me deja tranquila saber que si todavía lo deseo, me puedo parecer a mi prima y sus amigas.

sábado, 27 de junio de 2009

Rosario en Chubut (parte 5)

En algún otro momento de la tarde retomé la lectura, que iba acompasada con el reloj viejo. Fue antes o después de que saliera a caminar para encontrarme con Héctor que llegaba de otro lugar. Ojalá pudiera volver a escuchar el ronroneo del tractor a lo lejos. Al cruzarnos en el camino, me trepé sobre el tractor en movimiento y llegamos al lugar de donde yo había partido. Bajamos y sin decirnos nada, lo seguí. Cortamos algunas ramas de los pinos, regamos las plantas nuevas de la parte “joven” del jardín y me escapé cuando vi que mi abuela venía hacia donde estábamos.
Volví a la casa por atrás, bordeando el alambrado y una fila de abedules viejos. Creo que entré por la cocina, pero no me crucé con Rosa -quizás entré por la galería-; seguí de largo. Me lavé la tierra de las manos y me enjuagué la cara porque faltaba poco para almorzar. Me acomodé en un sillón gastado y esperé a que mi abuela regresara. Qué hice en ese tiempo. Me enjuagué y después… y leí un rato más -qué libro era-, o miré televisión o me quedé ahí contemplando las vigas del techo. Quizás si hubiera echo una cosa y no la otra el encadenamiento de eventos hubiera sido distinto, y los tipos esos no me habrían visto en la montaña, ni me hubieran dejado acá tirada. Pensaron que era la abuela. Y yo una flor de pelotuda que cree que nunca me puede pasar nada.

jueves, 18 de junio de 2009

Rosario en Chubut (parte 4)

Ejercito la mente y reconstruyo lo que hice en el día, lo que me llevó a donde estoy, pero se me mezcla. Desayuné tarde, salí a dar un paseo por la ruta de tierra que lleva al pueblo hasta que llegué a la casa de un vecino que tiene perros sueltos que me dan miedo y siempre me ladran. Regresé, leí en el jardín –qué libro era- y ahí me encontró la abuela, que me dijo que estaba blanca, medio verdosa, que porqué no provechaba el solcito caliente del mediodía para ponerme una de esas mallitas que me quedaban tan "monas". Pensé que su vocabulario está en franco retroceso, como en modo económico, que a su mente sólo le queda lugar para algunas etapas de su vida. Le dije que estaba bien, y por un instante me detuve a pensar qué diría mi madre. “Estoy gorda, mamá. Voy a leer un rato más y después me voy a hacer ejercicio.” Me dijo que yo siempre con lo mismo, que estoy linda, que tengo que comer. Aunque tiene razón, mamá siempre tan flaca y obsesiva. No sé si deprimirme o alegrarme de que nos confunde. Si sólo el tiempo pasara un poco más rápido, si pudiera encontrar una distracción que me lo permitiera. Qué bronca, cómo se pierde la noción del tiempo cada día, y ahora, recién ahora, vivo en él como si fuera mi dueño.

jueves, 28 de mayo de 2009

Rosario en Chubut (parte 3)

Buenos Aires quedó lejos, y parece como si hubiera terminado el cuatrimestre hace mucho más que un mes. Tiemblo un poco. No me imagino regresando a la facultad. Creo que prefiero tomarme un tiempo más para pensar; en la casa de la abuela estoy bastante a gusto. Si no fuera por este incidente desafortunado, el mes que pasé aquí hubiera sido sumamente revelador. Aunque, de algún modo, el incidente colaboró con la revelación. Si hubieran agarrado a mi abuela, seguro se habría muerto en el momento, asfixiada o del corazón.
Tengo miedo, pero estoy casi segura de que se fueron, de que lo peor ya pasó. El frío no me permite escuchar nada, mucho menos el tractor de Héctor llegando a la casa de mi abuela. Pero no hay que entrar en pánico porque no se sale, y no hay mucho que pueda hacer más que abrir la boca y esperar. Intento mover las piernas, pero no. Los brazos tampoco. La falta de oxígeno los debe haber hecho morir: el sistema es inteligente y sabe que la prioridad es el cerebro. Entonces pienso, y es lo único que puedo hacer.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Rosario en Chubut (parte 2)

El frío me da sueño, o tal vez sea el efecto de esos ansolíticos de mierda que me dio la abuela y yo consideré importante tomar. Ayer no me hicieron nada, pero quizás la mezcla con el frío sea lo que me afecta. Aunque sé que me va a hacer mal a la garganta, abro la boca con fuerza para que me entre más aire. Es probable que me haya desmayado; ellos deben haber creido que estaba muerta. Me gustaría poder moverme, pero el cuerpo no responde. Tengo sueño, quizás un poco de miedo, pero prefiero no asumirlo, y pienso en otra cosa: en la cara que debo haber puesto cuando vi a Bruno bajarse del auto (a mi mamá no le hubiera gustado nada que ni lo invitara a tomar un café), en lo ridículo de la situación de que alguien se invite, sin avisar, a una casa ajena en el medio de la Patagonia. Trato de acordarme de la cara de Héctor. Conozco sus rasgos generales, pero no puedo verlo ni cuando cierro los ojos y evoco alguna situación en que lo tuviera cerca. Como cuando se encontró con Bruno y conmigo en la entrada de la casa: no me acuerdo de su cara, pero en ese momento supe que él tenía vergüenza. Se sentía desubicado, como si me hubiera encontrado haciendo algo reprobable y él sintiera que le pesaba sobre los hombros la responsabilidad de mis actos. Apareció en silencio por un costado de la casa con la pala grande en la mano. Tardé en darme cuenta de que estaba ahí; lo hice cuando se paró junto a Bruno, y saludó mirando al piso. Después de un momento se excusó y siguió la marcha al sector del jardín que mi abuela llama “joven”.

viernes, 15 de mayo de 2009

Rosario en Chubut (parte 1)

Hace frío y ya casi no siento los pies, pero confío en que Héctor va a encontrarme pronto. No es importante; estoy convencida de que en unos días me voy a poder reir de este momento. Trato de calcular a qué distancia estaré de la casa, pero desde donde estoy no registro nada que me lo indique. La hora es otra cosa: la luz del día se va apagando y estimo que deben ser las siete, no mucho más. Pronto no habrá más luz, pero tal vez mi abuela se de cuenta de que no estoy en casa, o intuya que me fui a dar un paseo largo por la montaña. Me duele la garganta y me cuesta mucho respirar.
Pobre abuela; está poniendose vieja y es tan frágil. Cree cualquier cosa que le diga, y aunque me deprime un poco, también fue divirtido. Pobre abuela; ojalá que se de cuenta de que salí hace un buen rato –cuánto tiempo habrá pasado– y le pida a Héctor que me busque. El bueno de Héctor; estoy segura de que se preocuparía y saldría a cualquier hora por mi. Siempre servicial y callado. No hablamos casi nunca y probablemente por eso nos llevamos tan bien. Ojalá me vea acá abajo. Me tapa una planta de rosa mosqueta, pero las botas rojas que me regaló mi mamá son lo suficientemente chillonas como para ser vistas aunque no haya mucha luz. Es gracioso que por fin haya podido encontrarle una utilidad a la estridencia que mamá me hereda de vez en cuando.

viernes, 8 de mayo de 2009

La iglesia (parte 4)

Empieza a pensar en el desconcierto de todos; en la tristeza de su pareja; el enojo de sus padre por haberlos hecho pagar la fiesta, el vestido y el catering; el llanto de su madre; la alegría de aquellos que nunca pudieron tenerla. Le gustaría poder llorar y sentir que todo es un grave error, que fue un momento de pánico, que sólo es cuestión de regresar, prenderse del brazo de papá y seguir adelante con lo pactado. Pero no llora y no va a regresar. En cambio tomará el primer vuelo a Europa que consiga y se quedará por los próximos quince años, sin tocar suelo argentino. No encontrará a otra persona en aquel país extraño, se lamentará el día que él se case en otra iglesia, no tendrá hijos, y la culpa le quitará una a una todas las posibilidades de reconstruir una felicidad alternativa.

sábado, 2 de mayo de 2009

La iglesia (parte 3)

Como si siempre hubiera usado altos tacos estrechitos, ella deshace sus pasos corriendo. La corona baila de un lugar a otro y el vestido se arrastra como queriendo quedarse, pero sus piernas no se detienen. Llega a la Avenida y le hace señas a un taxi para que se detenga. Sube y respira. Le pide al chofer que, en principio, se aleje de aquella iglesia: ya verán adónde llegan.

domingo, 26 de abril de 2009

La iglesia (parte 2)

-Cómo que te confundiste, hija? Es el único que hay; o me equivoco?
-No, no. Me hice dos, por si a caso. Y yo quería usar el otro.
-Te hiciste dos vestidos? Con razón… fue un ojo de la cara, sabés, no?
-Me tengo que ir a cambiar, papi.
-A vos te parece? Ya estamos media hora tarde…
-No, pá, no te preocupes. El otro vestido está en un departamento por acá cerquita. Todo calculado. Voy y vengo en diez minutos, no más.
-Bueno… querés que te acompañe?
-No, no, quedate por si alguien pregunta dónde estoy.
-Bueno, pero apurate, negrita.

domingo, 19 de abril de 2009

La iglesia (parte 1)

Suenan las campanas de la iglesia y a ella le abren la puerta del auto antiguo. Mira hacia afuera y encuentra la cara de su padre, que le entrega la mano para ayudarla a bajar. Ella apenas apoya sus dedos lívidos en aquella mano grande. Él tira un poco; una mujer la ayuda con el vestido largo, la cola, el velo, la corona, retoques del maquillaje de último momento, frente a la iglesia. Por debajo de todas las capas de tul y seda, ella tiembla y quiere llorar. Su padre la toma del brazo y la guía hacia la puerta principal por donde deben entrar en escasos minutos. Camina lento, dice, porque no está acostumbrada a tacos tan altos y estrechitos. Llegan a la puerta y ella siente la mirada del Jesús crucificado que cuelga de la pared. Observa su vestido:
-Me confundí de vestido, papi.

domingo, 12 de abril de 2009

Hotel (parte III - Fin)

Una señora –otra huésped- que se está sirviendo jugo de naranja se distrae mirándola fijo hasta que el vaso rebalsa. Desde otra punta del restaurant, una nena la señala con descaro desde su silla y le pregunta algo a su mamá. Ella se olvida del yogur porque sólo quiere llegar a su mesa y desayunar en paz. Se acomoda junto a la ventana, se sirve el café que le dejaron en la mesa y mira hacia fuera para evitar a los otros huéspedes. Mañana bajará con anteojos negros, piensa. El sol crea un efecto sobre el vidrio, espejándolos e impidiendo la visión hacia fuera. En cambio, se ve reflejada a sí misma con la taza en la mano y el camisón todavía puesto.

domingo, 5 de abril de 2009

Hotel (parte II)

Sale de la pieza un poco apurada porque piensa que el desayuno es hasta las diez. Baja del ascensor de un salto y siente frío. Al pasar por el lobby para llegar al restaurant donde se prepara el buffet de la mañana, el botones la saluda con más jocosidad de la que ella quiere soportar. La encargada de anotar a los huéspedes a medida que llegan a la sala del desayuno la ve con una expresión difícil de descifrar. Ella se despreocupa porque imagina que tal vez la reconoce de alguna película. La encargada le pide el número de habitación y una firma mientras mira con complicidad a los mozos que pasan junto a ellas. Ella se impacienta y no espera a que la encargada se decida a indicarle el camino a su mesa. Elige una mesa pequeña junto a la ventana, pide café sin tomar asiento y se apura a la mesa de frutas y cereal. No le gusta desayunar huevos, jamón, queso, salchichas ni salmón o arenque.

jueves, 26 de marzo de 2009

Hotel

Se mira al espejo mientras se lava los dientes. Escupe y continúa. Escupe de nuevo y ahora se cepilla la lengua, para asegurarse un buen aliento en las próximas horas. Pero todavía no desayunó y tendrá que volver enjuagarse la boca. Escupe por última vez, se lava un poco la cara de dormida, se seca con una toalla de lino limpia que le dejó la housekeeper del hotel.
Se despertó hace pocos minutos. Estaba desorientada, sin reconocer la habitación. Por un largo rato supo que estaba en un hotel, pero no podía recordar de qué país o ciudad se trataba, ni para qué se encontraba allí. Recién pudo hacerlo al mirar la mesita de luz y encontrarse con la llave del hotel. El llavero es enorme: pesa cerca de tres kilos. Metal fundido con la fachada y el nombre del hotel bien moldeados. Está en Madrid para reunirse con un productor. Llegó ayer de Inglaterra y se quedará allí tres días.

miércoles, 18 de marzo de 2009

La espera

Estábamos reunidos y si bien la situación se había degenerado en algo así como una fiesta, sabíamos que nos iban a venir a buscar. Expectantes, bebíamos para matar el tiempo, nos reíamos de lo que podíamos. Algunos ya estaban borrachos cuando se acercaba la hora. Se tambaleaban sobre sus pies, se abrazaban, algunos lloraban sin hacer ruido. Uno comenzó a vomitar amarillo. Vomitaba dentro de una botella y luego bebía de ella para vomitar más fuerte. Nos encontrábamos en una pendiente y el líquido corría hacia abajo. Mi grupo se movió de lugar porque el olor llegaba directamente hacia donde estabamos. La lucidez era un elemento importante, teníamos que estar atentos a cualquier cosa. Dejamos de beber todos al mismo tiempo, alertados de que ya había sido suficiente para uno, y era suficiente para todos. Íbamos a tener que correr, escondernos, pelear en el peor de los casos. Si caíamos en sus manos, estaríamos lo suficientemente mareados como para no sufrir tanto. No sabíamos por dónde llegarían, de modo que no podíamos hacer otra cosa más que esperar, y estar listos para echar a correr hacia donde se pudiera, cada uno por su cuenta.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Las diosas también cagan (parte 5 FINAL)

Desde esta humilde redacción se hace un llamado a la solidaridad, instando a que esta noche en Plaza de Mayo las familias entreguen a sus niñas en un rito de sacrificio, para que las Diosas en Ropa Interior, confundidas, crean que se espera de ellas que se las lleven al mundo del otro lado, y así se sientan exitosas en esta misión que en verdad nunca tuvo gollete. Consideramos que en el mejor de los casos nuestra ciudad será liberada; y tal vez estas hijas de la nación tengan suerte y puedan comenzar a formar parte del mundo de las Diosas en Ropa Interior.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Las diosas también cagan (parte 4)

El problema de primer orden que ha surgido del “destape” de estas Damas Todo Poderosas es el aseo: defecan en los areneros de las plazas o en la costa del Río de la Plata. A veces la urgencia (a causa del cambio de dieta) las obliga a hacer en el techo de los edificios, o en el camino al Río (siendo nuestro entrevistado, José Guerra, uno de los mayores damnificados hasta el momento). En lo que concierne al pis, también lo hacen en el Río, en las piletas de la Costanera o, porque no, en las calles con pendiente (para hacer de esas cataratas amarillas que las pone tan a gusto). Reconocidos ecologistas de profesión sostienen que, de continuar estas aberraciones por más de 24 horas, el olor será intolerable y las enfermedades, virtualmente incurables. Han sugerido la utilización de máscaras de gas, tanques de oxígeno o, en su defecto, barbijos. En Ezeiza y Aeroparque se ha detenido el servicio de todas las aerolíneas, por temor a que alguna Diosa confunda los aviones de línea con un juguete.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Las diosas también cagan (parte 3)

Estas damas semidesnudas, que siempre nos han observado desde el otro lado de los carteles, han decidido salir. Primero lo hizo Araceli Gonzáles, para ser seguida por la rubia de Vitamina, que instó al resto para que bajaran a reclamar lo que les corresponde. Qué cosa les corresponde es algo que todavía no han pronunciado: por el momento algunas se entretienen utilizando automóviles como patines en las afueras de la ciudad; otras están a cargo de la recolección de hojas verdes lo suficientemente grandes para alimentar al resto; y, de acuerdo con los enviados especiales, Araceli se encontraría sentada en el Planetario (convencida de que es su trono). Se estima que ella sería la nueva líder en esta invasión de Diosas en Ropa Interior.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Las diosas también cagan (parte 2)

De acuerdo con nuestras fuentes, a las 10 de la mañana se despertaron las Diosas en Ropa Interior: esas gigantes que parecen fotografías, sentadas en los carteles que bordean las autopistas, y que colman cada calle con diferentes anuncios de la más variada relevancia. Por fin han decidido intervenir en la realidad que hasta el momento habíamos controlado nosotros, los pequeños. Hasta el momento no han hecho reclamos ni han pedido nada, pero siguen merodeando por las calles de Buenos Aires, aplastando árboles como a cucarachas, pateando monumentos, pegando tremendos saltos que sacuden la ciudad de un modo que no se había sentido antes. La población ha buscado refugio en los domicilios particulares ya que los mismos todavía no han sido vulnerados. Se espera que el gobierno tome acción en la causa y defienda a los pequeños de la omnipotencia de las Diosas en Ropa Interior. Aparentemente, la presidenta estaría comenzando a esbozar un plan de conversaciones progresivas junto con su equipo especial de situaciones de riesgo bizarro (que no habría sido convocado por más de ochenta años, motivo por el cual quedan pocos titulares vivos. Según allegados, pocos de los que quedan recordarían los procedimientos formales de sus tareas).

miércoles, 4 de febrero de 2009

Las diosas también cagan (parte 1)

Algunos vieron el acontecimiento desde sus autos; otros desde el mar; otros desde el cielo (del avión que había despegado de Aeroparque con destino a Chubut a las 10.15) y hubo pocos testigos peatonales (todos corrieron a esconderse en la planta baja de los edificios, en los desagües, bajo los puentes o en las bocas del subte). Aquí reproducimos el relato de un hombre que conducía su automóvil hacia su oficina, situada en la capital:
“Esteeee, venía por la Lugones, ¿no? O más bien la Cantilo, ahí, entre Aguas Argentinas y Aeroparque, siempre me las confundo... y así, de la nada, se me cae un pedazo de cielo sobre el capot. Decí que tengo buenos reflejos y pude manotear las balizas y frenar de a poco sin que se me descontrolara el auto. Tenía el parabrisas tapado con algo que a primera vista me pareció barro, pero que pronto supe, era mierda. ¿Y cómo lo supe, me preguntará? No, no soy tan asqueroso como para tocarlo: con el olor que invadió el auto a los pocos segundos de caer la mierda, ahí supe. Mierda que cayó del cielo. Me dio tanto miedo de que me cayera un sorete en la cabeza que no me atreví a salir. Imaginate salir en los diarios Hombre muere aplastado por un sorete gigante.” Así relataba lo sucedido José Guerra, que permaneció en el coche unas cuantas horas antes de que se decidiera a continuar su camino, sacando la cabeza por la ventanilla para poder observar por dónde iba y evitar un accidente.

lunes, 19 de enero de 2009

Aeropuertos del 2010 (parte V)

Pierdo la noción del tiempo y me cuesta creer que estoy en algún lugar del aeropuerto.
La mujer me dice que me vista, pero no me da indicios del veredicto. Ni un gesto que me indiquen si voy a ser libre. Esta vez siento que tengo el derecho de vistirme dándole la espalda. Cuando estoy lista, entra el hombre y hablan entre ellos en voz baja.
-Follow me, ma’am,- me dice él después de un rato. Me lleva las cosas pero no sé si nos dirigimos a las puertas de embarque o a las otras. Caminamos un rato por varios pasillos internos y terminamos saliendo cerca de la puerta de embarque que corresponde a mi vuelo. Vuelo AL996, embarcando en este momento.
-Have a good flight.
-Thank you.
Y me devuelve los bolsos.

En la fila para subir al avión está el terrorista de Al Qaeda, pero me embarco igual.

miércoles, 14 de enero de 2009

Aeropuertos del 2010 (parte IV)

-You will have to follow us, ma’am.- me dice el hombre.
-My bags...- empiezo yo.
-We will carry them for you, don’t worry.
Desconfían de mi, pero todavía no pueden acusarme de nada.
Me conducen a un pasillo de puertas cerradas. Entramos en la tercera, pero el hombre se queda a custodiar desde afuera. La mujer me pide que me desnude y me coloque una bata. Me especifica que la ropa interior también debe ser removed. No se da vuelta mientras me desnudo: por el contrario, me mira con más atención que antes, como si pudiera tener algo escondido entre los pliegues de la piel. Mi espalda se encorva sola, se cierran los hombros sobre mi pecho. Cuando estoy desnuda, encogida, la mujer me da la bata. Me la pongo rápido y me acuesto en una camilla donde me ata los tobillos, las muñecas y la cabeza “para que no se muevan”. Transpiro con violencia y pierdo el control del movimiento de mis ojos que quieren captarlo todo, como si fuera la última vez que lo hicieran. La camilla se mete en un túnel, como una máquina para hacer tomografías, pero en este caso es para descubrir droga dentro del cuerpo. Porque mi cuerpo sonaba con la maquinita de la mujer. Yo me pregunto si la maquinita no estaría funcionando mal.

lunes, 5 de enero de 2009

Aeropuertos del 2010 (parte III)

Muy tranquilo, toma su mochila que en escanner privado de mi cerebro se evidencia lleno de explosivos, y se retira para tomas su avión. Resuelvo no subirme al avión si aquel hombre viaja al mismo destino que yo.
-Ma’am. I’ll have to ask you to remove your boots- me lo dice el mismo hombre que inicialmente me dijo que iba a tener que someterme a un chqueo. Está vestido del mismo modo que la mujer que me estuvo tocando, y vino para asistirla en la revisación de la presunta narcotraficante.
Me siento y vuelvo a sentir la cara caliente, las axilas y palmas húmedas. No los miro para que no lo noten. Quién pudiera tener la tranquiliadad de un terrorista. Termino con los cordones de las botas (llegan hasta las rodillas) y me las quito. Me suben los pantalones, me sacan las medias y se llevan las botas al scanner del equipaje de mano. Aprovecho para asomarme y comprobar que mi cartera, mi abrigo y mi pasaporte siguen al final de la cinta, no vaya a ser que alguien se haga el vivo y se lleve mis cosas.