lunes, 19 de octubre de 2009

después del intervalo (parte 10)

Llego a lo de Belén y toco el timbre tres veces para que sepa que soy yo. Me abre con la cara hinchada y los ojos como líneas. “Estaba durmiendo”, dice, y se me exalta todo el cuerpo. Si tuviera cola probablemente la movería, lista para deshacer mis pasos, hasta lo de mi prima. “Tenés cara de loca. Eso, o estás hecha mierda.” La abrazo con más fuerza de la que quería y le pregunto si está bien, pero no nos movemos de la entrada de su casa. Me dice que sí, mejor. Que probablemente duerma dos días seguidos, pero que mal no le va a venir. Le pregunto si quiere que me quede, y ruego en silencio que me deje volver. Me hace entrar, y hace que me tome aunque sea un té. Yo la sigo sin oponerme. Me pregunta, sin mirarme, si estaba Lucas, “Sí”; que si pasó algo, “No”. Me escucha mientras sirve el agua caliente en las tazas. Me dice que es una pena, pero suelta una risa- se ríe de mi- y yo no le digo nada. Empieza a sonar mi teléfono pero no atiendo hasta que ella me hace un gesto con las cejas. Es Cecilia que quiere saber dónde estoy. Le explico con vaguedad que tuve que irme, pero no puedo hilar las palabras unas con otras, me agota. Cuando cuelgo Belén me está mirando, enojada. Me dice que soy un desastre y que ella se va a dormir. “Vos, hacé lo que quieras.” Belén a veces me habla como mamá, pero esta vez hago lo que quiero. Ella se va al dormitorio y deja la puerta abierta. Yo me lanzo a la calle y corro las diez cuadras.

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