sábado, 27 de junio de 2009

Rosario en Chubut (parte 5)

En algún otro momento de la tarde retomé la lectura, que iba acompasada con el reloj viejo. Fue antes o después de que saliera a caminar para encontrarme con Héctor que llegaba de otro lugar. Ojalá pudiera volver a escuchar el ronroneo del tractor a lo lejos. Al cruzarnos en el camino, me trepé sobre el tractor en movimiento y llegamos al lugar de donde yo había partido. Bajamos y sin decirnos nada, lo seguí. Cortamos algunas ramas de los pinos, regamos las plantas nuevas de la parte “joven” del jardín y me escapé cuando vi que mi abuela venía hacia donde estábamos.
Volví a la casa por atrás, bordeando el alambrado y una fila de abedules viejos. Creo que entré por la cocina, pero no me crucé con Rosa -quizás entré por la galería-; seguí de largo. Me lavé la tierra de las manos y me enjuagué la cara porque faltaba poco para almorzar. Me acomodé en un sillón gastado y esperé a que mi abuela regresara. Qué hice en ese tiempo. Me enjuagué y después… y leí un rato más -qué libro era-, o miré televisión o me quedé ahí contemplando las vigas del techo. Quizás si hubiera echo una cosa y no la otra el encadenamiento de eventos hubiera sido distinto, y los tipos esos no me habrían visto en la montaña, ni me hubieran dejado acá tirada. Pensaron que era la abuela. Y yo una flor de pelotuda que cree que nunca me puede pasar nada.

0 comentarios: