sábado, 29 de diciembre de 2007

Último momento: Bichochán orbitando con Twin Spika

Bichochán hace sus valijas para el próximo viaje a la estrella Twin Spika. Guarda abrigo porque hiela cada tres minutos y se lleva un sombrero para que no se le escapen las ideas. Volverá con novedades de aquel lugar tan lejano, tal vez algún rastro que de cuenta de su origen. Que guarde silencio no debe ser un motivo de preocupación: se las ingenia bien para saltar por encima de cualquier charco. Y regresará con maravillosas historias, como la suya.

domingo, 23 de diciembre de 2007

La muerte de Madre, y el bebé

Martina llegó caminando con la cabeza colgando hacia delante y sosteniéndose el estómago. Acababa de vomitar y tenía la frente sudada. El maquillaje soportaba agua, pero era claro que no soportaba los ácidos estomacales: en los contornos de la boca comenzaba a levantarse su segunda piel y la mancha negra se excitaba con el oxígeno que cada vez ingresaba de un modo más fluido.

-Tengo mareo matinal.

-Pero si son las siete de la tarde, Martu.

-Igual. Es el embarazo.

-Vení, te voy a preparar un buen té de jengibre para que se te pase.

Marina estaba plena: tenía escándalo, tendría un bebé en la casa, una madre casi soltera a quién cuidar, un joven religioso para reñir. El estado de las otras dos mujeres no se vería demasiado modificado con la noticia, pero la casa volvía a poblarse y sin lugar a dudas ella era un personaje principal en la escena.

Esa noche se reunió la familia en el comedor mientras el joven continuaba su atrincheramiento. En la mesa, Madre #2 se masajeaba las sienes, Martina intentaba encontrar una posición cómoda dada la nueva situación física sólo perceptible para ella, Marina preparaba sus notas para dar una suerte de conferencia. Juliana estaba sentada de costado, inclinada hacia delante, observando muy de cerca el rosario que le habían mandado sus futuras compañeras de encierro.

-Querida familia, ya pasaron tres meses desde que Madre #1 ha muerto y tengo una buena noticia para darles: tendremos el agrado de traer a otra persona a esta casa. Esperemos que sea una niña,- se rió sola un rato y luego continuó. –Martina está embarazada y el o la bebé nacerá en seis meses, de manera que tenemos que empezar a prever una nueva organización del espacio y los horarios. La que no esté de acuerdo, que levante la mano.

Madre #2 se había puesto a llorar y abrazaba a Martina que intentaba aminorar las arcadas con pura fuerza de voluntad. Juliana continuaba mirando su rosario.

-Bien. Yo propongo, como primer medida, que enviemos al joven religioso a la casa donde vive mi marido. Está claro que esta casa soporta sólo a cinco personas. Además, un hombre sólo estorbaría la preparación para el parto y la crianza del bebé.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Martina y Marina, y el joven religioso

-¡Mari, se me derritió la cara!!! Qué hago qué hago qué hago y encima este hijo de puta mirando...

Marina lo vio arrodillado, tratando de contener las lágrimas de repulsión. Ya no se autoflagelaba de manera que se acercó a él, parándose bien cerca para que la sintiera y abriera los ojos. Pero él no lo hacía: los cerraba con más fuerza, intentando encontrar la forma más rápida de quedarse dormido. Ella le puso una mano sobre la cabeza, entrelazó los dedos en el pelo y dio un tirón seco hacia atrás.

-¿Qué hacés acá si te dije que no entraras?

No hubo respuesta, ni un gesto.

-¿Te voy a tener que pegar para que me hables?

Nada. Marina vio a su hermana mirándose al espejo, tratando de recomponer el pastiche que se le había caído al piso. Marina todavía se sentía responsable por lo fea que estaba su hermana. Levantó al joven tirándole del pelo y le aplicó una toma de aikido que había visto el día anterior en el nuevo programa de artes marciales del canal del cual su marido la había fanatizado sin querer. Si algo tenía para reconocerle era que, a través de su adicción a la TV había aprendido múltiples deportes y formas de defensa personal. Aún no había tenido oportunidad de practicar aikido con nadie y se encontró con una oportunidad que no podía desaprovechar. El joven se dejaba hacer sin abrir los ojos, pero al no presentar resistencia se vio perjudicado con una costilla rota. El aikido se trata de usar la fuerza del otro para hacerle el mal, pensó Marina. Si él no se defendía, era inevitable que algo asi sucediera. Comenzaron los gritos y Martina vio a su hermana trepada al joven.

-Puta madre, nena, ¿no ves que va a venir todo el mundo ahora? Rajemos.

-No me dejen-, articuló el joven desde el piso.

-¿Qué?

-Lo que nos faltaba.

-Hago lo que quieran, pero no me dejen acá.

-Bien. Martu, tengo un plan imbatible, despreocupate. Nos lo llevamos y problema resuelto.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Funeral de Madre #1 (y el cura)

-Hermanas mias-, había dicho el cura que apuntaba con un dedo gordo pero bien cuidado por un especialista en manicuría católica con cremas a base de placenta de oveja –Madre se ha ido a un lugar mejor, lejos de nosotros, los pecadores terrenales, que la llevábamos a la perdición una y otra vez. Nuestro padre– al escuchar esta palabra, las cuatro mujeres se taparon los oídos de inmediato y sacaron la lengua haciendo un sonido que era algo como “ñññññ”.

-Por favor, hermanas... Nuestro padre se la ha llevado– apuntó al cielo, sacudiendo el dedo. –y allí será más feliz, por fin volverá a la tierra prometida, y las esperará a ustedes junto a nuestro padre y salvador–, las mujeres interrumpieron el discurso con el mismo ruido que habían emitido hace un momento. –¡Silencio, por favor!– el cura se limpió la frente chorreada con la manga de su túnica blanca y dorada, y continuó, -ella se sentará con él y le hablará de nosotros los pecadores, de ella depende nuestra salvación, con ella se va una parte nuestra, pero ¡debemos ser felices porque ella está mejor que con nosotros al estar con él! –las lenguas, el “ñññññ”, risas, pero él ya no pudo decir más nada. Al levantar una mano para comenzar a callarlas, su cara se desfiguró de dolor mientras se estrujaba la sotana con la mano que no había puesto en el aire para reprender a las mujeres. Cayó en seco y el monaguillo se lanzó de rodillas a su lado para llorar la pérdida.

-Al menos se ahorraron un funeral, ¿no? –comentó Juliana, abanicándose con una revista que se había traído de casa y que había estado hojeando durante el servicio. La tradición dictaba que cuando un cura se moría mientras practicaba el servicio de funeral a otra persona, este debía ser enterrado sin cajón en el mismo agujero que el difunto. Madre #2 lanzó un pequeño grito de celos al imaginar aquel hombre acostado sobre su mujer para la eternidad. Pensó que en cierta forma era un castigo que ella y Madre #1 debían aceptar debido al defectuoso comportamiento que habían tenido desde el inicio de la enfermedad.

domingo, 11 de noviembre de 2007

La pareja enemiga

Mientras el leñador se debatía entre buscarla o dejarla ser y hacerse uno con la mierda, Dolores pasó tres o cuatro días en aquel lugar ocupado por la pareja. No se atrevía a preguntarles si eran hermanos o pareja o primos o si nada más compartían aquella desenfrenada filosofía del amor que los había unido. El tiempo pasó como una gran masa de niebla húmeda por encima de un río salvaje que la revolcó innumerable cantidad de veces, a pesar suyo al principio y con un consentimiento desganado luego. Materializó su cuerpo, los orificios y sintió los cuatro brazos ajenos tocándola, dos lenguas salivando como queriendo limpiarla de todo aquello que no había sentido hasta aquel día. A pesar de los esfuerzos de los jóvenes enemigos, Dolores no deseaba ser la tercera parte del grupo. El día que decidió irse parecía el final de una larga noche, y coincidió con algunos golpes irregulares en la puerta. El leñador había resuelto ir a buscarla tras haber visitado a Jesús quien, a su vez, lo había echado a patadas de los escalones de la entrada de su casa acusándolo de traidor. Dolores se alegró al pensar en las molestias que el leñador se había tomado para encontrarla: eso, creía, debía significar algo. Tal vez quería dejar los baños y por fin comprometerse con ella en su búsqueda. Corrió hasta él, saltó encima suyo y se colgó de su fuerte cuello. Él la miraba con seriedad, recreando la distancia que creía haber sobrepasado pero que aparecía de manera demasiado abrupta al entrar en contacto con ella.

martes, 30 de octubre de 2007

Jesús, el leñador y Dolores

Al llegar a la biblioteca, Jesús se trepó a una escalera que llegaba hasta las últimas estanterías y descendió con un libro enorme. Lo abrió al azar y se encontraron con que “las virginidades tienden a emigrar cuando hay una aguda disociación entre el cuerpo y la mente”. Dolores estaba muy intrigada por la forma que tendrían, de manera que se puso a buscar fotos o dibujos. Jesús la ayudó: él podía admirarlas el día entero. Le explicó que cuando ellas salen del cuerpo femenino, adoptan una forma más estirada y chata, como una manta raya, pero sin cola aunque a veces son como un pulpo con tentáculos. Vieron que algunas tenían la capacidad de desarrollar alas; esas eran las más reticentes a volver al cuerpo, ya que estaba estadísticamente comprobado que habían sufrido malos tratos. Los colores generalmente se asemejaban al de la carne humana, pero al cabo de algún tiempo de vagabundeo se pigmentaban de verde o gris, dependiendo del hábitat en el que se movían al salir.

-Le voy a tener que pedir que no me roce con su brazo,- dijo Jesús dirigiéndose a Dolores que se encontraba a su lado observando el libro. Y continuó: -Y que no me toque con ninguna otra parte de su cuerpo. Por lo menos no lo haga hasta que recupere su virginidad.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas de nuevo. El leñador se acercó un poco para apoyar su mano en el hombro de la joven, haciendo un esfuerzo torpe por brindarle algo así como consuelo. La escena se sostuvo por un instante hasta que hubo un chirrido en la habitación contigua. Jesús se puso de pie de un salto y aceleró el paso hacia la puerta. Los otros dos lo siguieron, olvidando que habían estado tratando de construir algún vínculo emocional.

Al entrar en el cuarto vecino observaron que una virginidad ingresaba por una entrada de mascotas que se encontraba al pie de la puerta que daba a un patio interno.

martes, 23 de octubre de 2007

Ximenita

Si el encuentro sucedió a fines de diciembre, me imagino que la historia debe haber comenzado en marzo o abril. Ximena volvía en colectivo de la peluquería al trabajo después de escaparse un rato al mediodía para hacerse las uñas (francesitas). Subió, saludó al chofer porque, aunque algunos fueran antipáticos, a veces le contestaban con una sonrisa y alguna que otra vez con un guiño. Avanzó por el pasillo con dificultad no porque hubieran varias personas paradas sino porque llevaba puestos los mismos zapatos violetas de taco aguja que traía puestos cuando la conocí. Al llegar a la mitad del pasillo comprobó que no quedaban asientos libres y que nadie se apiadaría de sus pies (me imagino que algunas chicas tal vez sonrieron con sorna como castigándola). A pesar de que le desagradaba tocar una superficie tan manoseada, se colgó bien fuerte del caño que pasaba por encima de su cabeza para evitar una caída bochornosa. Mientras miraba por la ventana pensando que llegaba tarde al trabajo y que sería la tercer vez esa semana, tuvo la sensación de que alguien la observaba. A pesar de que estaba acostumbrada, se le ocurrió que podría ser un ladrón, de manera que se colocó la cartera sobre el estómago chato de gimnasio. La sensación persistía y optó por darse vuelta y demostrar su desaprobación al que lo estuviera haciendo. Cuando lo hizo se encontró con el ojo particular de un joven que, como ella, estaba colgado del caño. En un segundo, cuando se aseguró de que él sabía que ella lo había notado mirándola, regresó su cara hacia la ventana. Pasaron algunas cuadras y en Callao bajaron varias personas dejando tres asientos libres, uno de los cuales estaba junto a Ximena. Se sentó con un resoplido y miró su celular para comprobar que la jefa no estuviera rastreándola. Al cerrarlo, miró a su derecha disimuladamente para verificar que el joven hubiera entendido que no podía mirarla con semejante despecho. La seguía mirando. No podía creerlo. Pensó cómo actuar y decidió que habían muchos pervertidos sueltos como para decirle algo. Podía reaccionar mal y seguirla hasta el trabajo o quién sabe qué.

Al llegar a su parada, esperó hasta el último segundo para levantarse del asiento. Al hacerlo, lo observó para ver su reacción y a medida que avanzaba hacia la salida pudo verle la cara de frente. Un poco asqueada, bajó de un salto: el joven era bizco.

Caminando hacia su trabajo se preguntó si aquel bizco la había estado espiando. No podía imaginar cómo funcionaban los ojos de aquellas personas. Si tenían la misma calidad de visión por ambos ojos eso significaba que tenían un campo visual mucho más amplio, que podían mirar por la ventana y a ella simultáneamente. Esa idea la incomodó mucho, haciéndola mirar para atrás algunas veces antes de llegar a la puerta del edificio donde la esperaba el portero con una gran sonrisa:

-Vamos, Ximenita, que ya es tarde.

Se sintió a salvo en aquel edificio con aire acondicionado y paredes de mármol. Al subir al elevador olvidó el asunto hasta la noche.

martes, 16 de octubre de 2007

Madre #1 - Madre #2

La carrera de Martina había comenzado a los seis años, el día después de que Madre #1 (hasta ese momento sólo había sido “Madre”) hubiera conocido a Madre #2. Madre #1 había sido una estrella salvaje de rock y Madre #2 era una actriz frustrada que había aspirado a trabajar en el teatro under, pero que había tenido que conformarse con ser actriz publicitaria o modelo. Las madres habían tenido un encuentro accidentado pues se habían conocido en un concierto en el cual la banda de Madre #1 había tocado de banda soporte. Como solía sucederle bajo los efectos lisérgicos, Madre #1 había saltado del escenario como de un trampolín y caído sobre un grupúsculo de personas que se había juntado allí para escucharlos y matar el tiempo hasta que comenzara la banda principal. El resultado fue que Madre #1 aplastó a dos de ellos: la que sería Madre #2, y su manager y esposo del momento, Ricky. Acostumbrada a los golpes y las caídas violentas bajo efectos alterados, Madre #1 se incorporó con agilidad y regresó al escenario a los saltos. Madre #2 no podía respirar pues el mango del bajo se le había clavado en la boca del estómago y Ricky entró en pánico al descubrir que dos botones de la camisa italiana se habían perdido. Enceguecido de enojo se dirigió al escenario para atacar verbalmente a la banda, olvidándose por completo de su novia que aún permanecía en el piso intentando recuperar el aire. La banda de Madre #1 tocó los últimos acordes de su repertorio y se retiraron al tiempo que la gente empezaba a avanzar y el recinto se llenaba. Ricky volvió desahogado pero ya no pudo encontrar a su novia entre la multitud que saltaba con euforia por la inminente llegada de la banda. Se imaginó que ella ya se habría levantado y que estaría en la barra bebiendo una gaseosa dietética para recuperarse. Optó por relajarse para disfrutar del concierto que tanto había esperado: nunca imaginó que en aquel preciso momento estaba pisando la dorada cabellera de Madre #2 que se había desmayado debajo suyo a causa del dolor. Después de esa noche ya no la volvería a ver pues la rockera que había saltado sobre ellos un rato antes la rescataría en pleno desenfreno musical.

domingo, 7 de octubre de 2007

Juan (o John)

Toca la puerta del número quince. Allí le entregarían su llave. Espera diez minutos. Vuelve a golpear. Sigue esperando. Se sienta en el piso sucio un rato y escucha pisadas en su dirección. Alguien pregunta a los gritos quién está afuera. Se levanta y golpea con la palma abierta. La puerta se abre sola. Nadie, sólo una espalda desnuda, marcada con trazos amarillos, alejándose. Él da algunos pasos y se detiene en el centro de una habitación mal iluminada. Las paredes descascaradas. Cuenta al menos cinco capas de color. El piso cubierto de papeles abollados, garabateados; otros estirados, a veces en pilas. El olor a pintura mojada lo marea y vuelve a sentarse en la suciedad. Descubre un pincel usado debajo de un papel. Escribe con los restos de óleo rojo: paintbrush. Mira lo que hizo y lo deshace en pequeños pedazos que desparrama por la habitación. El hombre de la espalda desnuda ahora muestra su cara y lo mira. Apoyado en un marco, con las llaves colgadas del índice derecho.

-En esta habitación es sin letras: la dieciséis es para vos.

Tras dejarle las llaves en la mano, recoge cada papel que tenga rastros de óleo rojo letrado. Se acerca a la ventana que aparentaba estar tapiada, quita una pequeña plancha de madera a la vez que tapa sus ojos para protegerse de la luz, estira su mano hacia fuera y tira lo que queda del pincel en inglés.

-No vas a necesitar ese bolso.

Le quitan el bolso y no pone resistencias. Salen al pasillo, el dueño de la puerta quince tira el bulto, que son sus últimas pertenencias, por el agujero central de las escaleras.

martes, 2 de octubre de 2007

Ernesto H.

Intentaba despejar la nebulosa, sentía el calor del vino. Y corrían las copas. Se acababa el contenido de una y llegaba la siguiente. Hundido en un sofá doble, observaba al equipo olvidarse de los hechos que habían derivado en la muerte de la filmación. Sentía las células de su cuerpo llenándose de mareo y veía las bocas abriéndose, cerrándose, riendo. Nadie recordaba al joven. Los iluminadores se acercaban a las actrices de reparto, los guionistas apostaban con juegos de borrachos. Como un zumbido bajaban todas las voces de una vez, aturdiéndolo. Se fregó los ojos con la mano libre y dejó la copa de vino a su lado, sobre una mesita baja. Quería descansar. Se tapó la cara y permaneció en aquella oscuridad por unos momentos que podían parecer horas. Sintió en su pierna la base de otra copa. No quería beber más, pero no lograba articular las palabras que lo afirmaran. Abrió los ojos y con ellos volvió a la luz artificial del cuarto. Recorrió el brazo que le ofrecía otro trago. Era su amiga; una que sólo se topaba en fiestas. Le sonreía y él olvidó preguntar cómo había llegado a Portugal. Bebió y era otro vino, tal vez otra uva; ya no podía distinguir la calidad. Tragó como agua. A tu salud. Ella se retiró de la habitación, entornando la puerta detrás suyo. El director interpretó que deseaba ser seguida pero no podía levantarse pues ni siquiera le quedaban restos de sensibilidad en las piernas. Lo único que podía hacer era pensar con los ojos entreabiertos.

Entró el joven Ernesto por la misma puerta que había dejado entreabierta su amiga. No podía ser él pero lo veía con la poca nitidez que aún duraba. Las personas eran bultos borrosos, almas gastadas en naranja y negro que sólo vivían en fotografías de poca luz. El joven actor se dirigió al director, se sentó a su lado. No lo miró, pero dijo:

-No tengas miedo. Sólo sos vos.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Dolores

En el aeropuerto buscaron sus valijas y partieron a encontrar un taxi o a algún conocido del leñador para que los llevara a su casa. Dolores se quedaría con él, en el cuarto del fondo, y pagarían todo a medias. Ella tendría que empezar a trabajar, le dijo él, de manera que, a pesar de no tener grandes conocimientos, comenzó a pensar en qué se desempeñaba satisfactoriamente. Al llegar, el leñador la dejó en su pequeña pieza, retirándose a cumplir con el rito de cada día. Ella observó las paredes húmedas de aquella habitación y pensó que se enfermaría pronto si su sistema inmunológico estaba débil: debía encontrar a esa escurridiza virginidad lo antes posible. Apoyando los bolsos sobre el catre, se dispuso a buscar al leñador para pedirle que la llevara de inmediato al hogar de Jesús el coleccionista. Llamándolo por un nombre inventado, abrió cada una de las puertas que encontraba en su camino para comprobar que no estuviera escondido detrás de ninguna. Sintió un fuerte olor cuando se paró frente a la última, en el otro extremo del pasillo. Al entrar en aquella habitación, el hombre, sumergido en una bañera llena de una sustancia amarronada, se sorprendió de verla. Se sumergió lo más que pudo y ella entendió que estaba desnudo, revolcándose en mierda. Qué asco, dijo tapándose la nariz. Cerró la puerta detrás suyo y le gritó desde el otro lado:

-Apúrese, quiero ver a Jesús inmediatamente.

-No moleste ¿Acaso no ve que estoy ocupado?

Enojada, corrió a su cuarto y pegó un fuerte portazo, para dejar bien asentada su disconformidad.

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