lunes, 24 de noviembre de 2008

Mala idea (parte VIII - última)

-¿Podés dejar de decir estupideces? No hay nadie más en la casa.
Y escuchamos las risas. Pero no eran sólo las de mi roommate, sino que había otras, más agudas y menos humanas. Nosotros nos callamos. Nos invadió el miedo y dejamos de golpear. Las risas también se fueron apagando y nosotros nos mirábamos con los ojos enormes, con los brazos y las piernas livianas. Volvimos a sentarnos en los lugares de donde habíamos salido. El quinto invitado nos preguntó que qué pasaba, que porqué teníamos cara de situación. Le expliqué con mucha delicadeza que mi roommate nos había encerrado en la cocina, que ahora estaba afuera con los gatos, riéndose de nosotros y sin intenciones de abrir. Todos me miraban desconcertados y el quinto me preguntó:
-¿Quién es tu roommate?
Sentí que iba perdiendo el color de la cara, que dejaba de saber si lo que había dicho era cierto y que ya no conocía a esas personas que estaban en mi cocina. Caminé a la puerta y tras apoyar la oreja en la puerta, le pedí amablemente al roommate que me abriera. Volví a escuchar varias risas. Miré hacia atrás y vi a cinco personas sonreir. Le grité a mi roommate que si no me abría en ese preciso instante lo dejaría en la calle, lo denunciaría a la policía y lo mataría. Explotaron las risas de uno y le otro lado de la puerta. Cerré los ojos y me arrodillé en el piso llorando. Apoyé por última vez la oreja sobre la puerta, y esta vez sólo escuché a los gatos afilándose las uñas en los sofás del living.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Mala idea (parte VI)

Cuando caí en la cuenta de que nos habíamos desentendido por completo de los gatos, escuché que la puerta de la cocina hizo clac. Miré de inmediato el rincón donde había estado parado mi roommate y, al comprobar que se había retirado, me levanté para seguirlo e intentar convencerlo de que todo estaba bien, que se relajara e interactuara un poco. El ácido me había devuelto la largamente perdida paciencia: me hacía sentir algo así como una buena samaritana. Al tomar el picaporte entre mis manos, sentí que del otro lado mi roommate ponía la llave. De todas formas bajé la manija, y empecé a empujar y palmear la puerta. Cuatro de los cinco invitados – todos menos el que se reía solo con las frases de la heladera- se acercaron a preguntar lo que sucedía. Los debo haber mirado con cara de pánico porque vi la deformación gradual que fueron tomando las suyas antes de que yo dijera alguna palabra.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Mala Idea (parte V)

Dividimos los cartoncitos y adentro.
Nos pasamos la primer hora bebiendo y conversando. La segunda hora empezaba a correr y comencé a sentir los efectos del ácido en los brazos y las piernas. Las sentía ligeritas y flexibles como la goma. Qué bien, qué bien. Me estiraba como desperezándome y podía sentir que me acercaba al techo y lo rozaba. Seguí tomando vino, que era como un líquido de terciopelo que suavizaba todo lo que tenía para decir. Los invitados dos y cuatro conversaban sobre música mientras no tenían éxito en la empresa de buscar una estación de radio que no tuviera interferencia; el invitado cinco leía los imanes de la heladera y se reía solo; el invitado tres trataba de convencer al uno sobre la indispensabilidad de que éste le diera un masaje en los pies. El roommate seguía recostado contra la pared del fondo, sumergiéndose en las penumbras a medida que avanzaba la tarde y se acercaba la noche.