domingo, 11 de noviembre de 2007

La pareja enemiga

Mientras el leñador se debatía entre buscarla o dejarla ser y hacerse uno con la mierda, Dolores pasó tres o cuatro días en aquel lugar ocupado por la pareja. No se atrevía a preguntarles si eran hermanos o pareja o primos o si nada más compartían aquella desenfrenada filosofía del amor que los había unido. El tiempo pasó como una gran masa de niebla húmeda por encima de un río salvaje que la revolcó innumerable cantidad de veces, a pesar suyo al principio y con un consentimiento desganado luego. Materializó su cuerpo, los orificios y sintió los cuatro brazos ajenos tocándola, dos lenguas salivando como queriendo limpiarla de todo aquello que no había sentido hasta aquel día. A pesar de los esfuerzos de los jóvenes enemigos, Dolores no deseaba ser la tercera parte del grupo. El día que decidió irse parecía el final de una larga noche, y coincidió con algunos golpes irregulares en la puerta. El leñador había resuelto ir a buscarla tras haber visitado a Jesús quien, a su vez, lo había echado a patadas de los escalones de la entrada de su casa acusándolo de traidor. Dolores se alegró al pensar en las molestias que el leñador se había tomado para encontrarla: eso, creía, debía significar algo. Tal vez quería dejar los baños y por fin comprometerse con ella en su búsqueda. Corrió hasta él, saltó encima suyo y se colgó de su fuerte cuello. Él la miraba con seriedad, recreando la distancia que creía haber sobrepasado pero que aparecía de manera demasiado abrupta al entrar en contacto con ella.