miércoles, 26 de agosto de 2009

después del intervalo (parte 5)

En la habitación hay un velador prendido. La luz amarilla se refleja en la cara de Darío, que no se parece en nada a la de Lucas, pero que me entusiasma igual. Tiro la cartera en la cama y sé que está midiendo la forma en que me muevo. En situaciones como estas puedo apurarme y salir corriendo o aprovechar el conocimiento que tengo –inutilizado hace un tiempo- sobre el comportamiento de chicas como las amigas de mi prima. Me dice dos o tres cosas en italiano –de las mecánicas, pero me da igual-, y brindamos antes de volver a la fiesta en la sala.
Cecilia me estaba buscando. Me lleva a un rincón y me dice que llegó Lucas. “Está con una chica, pero no es la novia. Además es fea.” Me meto en el baño y llamo a mi amiga de la facultad. A ella, como a mi, no le gustan los tacos, ni las fiestas como estas, pero no tiene primas. Y además a mi me gusta el champagne. Le cuento de Lucas, de la chica que todavía no vi pero que es fea. Aunque no lo conoce, a ella no le gusta Lucas, dice que es tan narcisista que debe ser un gay reprimido, que me deje de joder. Yo a veces pienso que a mi amiga tal vez le gusto -cuando uso zapatillas-, y por eso desaprueba de mis amoríos. De cualquier forma se lo permito, porque tengo un historial que en general deja mucho que desear. Me dice que me vaya temprano –para ella es obvio que debería morirme de aburrimiento muy pronto-, le avise y la pase a visitar. Vive a diez cuadras de donde estoy, y va a estar viendo una película. Le recuerdo que quiero conocer a alguien y me contesta que no estoy en el lugar adecuado. Y que no empecemos.

jueves, 20 de agosto de 2009

después del intervalo (parte 4)

Alguien me pone una copa de champagne en la mano mientras le digo algunas cosas a Guadalupe y busco a Cecilia con la mirada. Puedo oirla hablando fuerte, excitada en algún punto de la habitación de luces apagadas, con destellos lumínicos rojos, verdes y azules que salen de un par de aparatitos colgados del techo. El timbre ya sonó de nuevo y mi acompañante –decido que será mi nueva amiga por esta noche- se fue a abrir la puerta dando saltitos entre los que conversan y se rien en su camino.
Busco los cigarrillos torpemente con la mano que me queda libre. Me apuro un poco: hay algo de tener las manos ocupadas que me gusta; un elemento sociabilizador pero inaccesible; la prueba del falso orgullo a estar sola en medio de un enorme grupo de personas. Avanzo con cuidado, intentando no salpicar y no caerme de los tacos. Llevo el cigarrillo apagado por encima de mi cabeza, como si pudiera quemar a alguien. Distingo el contorno de Cecilia y me acerco hasta que me ve. Se separa del grupo de cuatro y me abraza con dos chillidos sutiles de genuina alegría. Me explica que pensaba que no vendría por lo del año pasado y el quilombo familiar. Le doy un beso y le señalo los zapatos: vine por el segundo round. Creo que no entiende –o se hace la que no entiende-, y me dice que estoy hermosa y me presenta al grupo. Mariano, Julieta, Delfina y Darío. Saludo con un beso a todos y vuelvo a Cecilia para preguntarle en secreto lo que ya sabe, pero ya se fue a saludar a otros, recién llegados. Uno del grupo me acerca un encendedor prendido y me pregunta con tono extranjero –italiano- si no quiero dejar mi cartera en la habitación. Me rio. Chupo el cigarrillo con fuerza y vuelvo a reir. A los amigos de Cecilia les gusta ser anfitriones. Y hace un año un hombre me preguntaba exactamente lo mismo. No llego a contestar y siento una mano en la cintura que me conduce hasta el fondo del pasillo: me dejo conducir por la mano de un hombre, con la misma naturalidad de los zapatos y un vestido sin corpiño. Y porque las reglas de la casa, el espíritu de la fiesta, son otras. Tomo más champagne. El deja-vu y las burbujas me sugieren que me quede en fiesta.

viernes, 7 de agosto de 2009

después del intervalo (parte 3)

En lo de mi prima me recibe Guadalupe, una chica que no conozco, de altura promedio, pero extremadamente flaca y con tetas de estreno. Está encargándose de la puerta, me explica, para que Cecilia pueda disfrutar del festejo. Insiste en que la llame Guada, y aunque le aseguro que lo haré, sé que es muy probable que en diez minutos olvide su nombre o la confunda con sus amigas. Mientras me acompaña al living me imagino a un grupo de veinte chicas con la cara y las tetas de Guadalupe, insistiéndome que las llame Guada a la misma vez.
Se preocupa porque soy de afuera, entonces me esfuerzo por entablar alguna conversación que sé inútil desde el principio. Los parlantes largan una música saturada y la gente está en movimiento: las conversaciones deben limitarse a lo estrictamente mecánico. De cualquier forma, necesito cómplices o amigos por un par de horas: alguien con quien pueda sentirme cómoda y, con suerte, desinhibida para cuando llegue Lucas. Debería ser selectiva, pero no dispongo de tanto tiempo, y a juzgar por el comportamiento generalizado, cualquier persona podría ser la equivocada.