miércoles, 23 de septiembre de 2009

después del intervalo (parte 8)

Voy hacia Darío, me siento junto a él. Me pide que lo acompañe a la cocina, que hay una sorpresa. De nuevo me guía de la cintura, y ya ni me doy cuenta. La luz blanca nos hace taparnos la cara por un momento. Al abrir los ojos nos volvemos a mirar, para asegurarnos de algo. Por la forma en que me mira estoy convencida de que puedo hacer lo que quiera. En la mesa hay tres personas armando líneas de cocaína, y tomándolas, como en una carrera. Nos sentamos con ellos, Darío hace dos rollitos con billetes de diez pesos y aspiramos nuestra primer línea. Cuando la terminamos, veo que tenemos una columna de zurcos blancos listos para que continuemos hasta donde queramos. Veo la torta de cumpleaños sobre la mesada, todavía con la velitas sin prender, pero con algunos manotazos menos. Es una ocasión especial, una vez al año no está mal. Nos tomamos la segunda y se asoma Lucas. Lo miro como si no estuviera, como si él y Darío fueran la misma persona porque da igual. A la tercera línea me late varias veces el párpado inferior del ojo derecho y decido, por el momento, concluir con la incursión. Darío me limpia la nariz, inhala con ruido, se frota los dientes y guarda los billetes. Por algún motivo agradecemos la generosidad del proveedor y la gentileza de la compañía agachando las cabezas como hacen los japoneses, y regresamos a la sala de la mano, a bailar. En el bolsillo tengo una bolsita que me agarré de la mesa, para más tarde. Creo que ni Darío se dio cuenta.
Parece como si todos se hubieran puesto de acuerdo: podríamos ser veinte o cincuenta o cien bailando en esta sala. No llego a ver las paredes; prácticamente no veo a las personas que dan vueltas y vueltas. En la marea de gente me pierdo de Darío, pero no me doy cuenta, ni él. Bailo como si no hubiera nadie, con un impulso frenético. Los brazos que suben y bajan solos. Soy un animal que despliega lo que tiene para seducir al que puede. Con los ojos cerrados sé que Lucas está cerca, que deja a la chica, que ahora me quiere a mi porque estoy con otro. Alguien que no es él me toma por la cintura y no me sobresalto ni abro los ojos. Podría pasarme horas con los ojos cerrados. La voz de mi prima me dice que la pone feliz verme bailar, y me da un poco de champagne. Antes de fundirse con los otros me dice que me vio, y que hacemos linda pareja. Si me detuviera a pensarlo sabría que soy conceptualmente disfuncional como pareja, pero sonrío y le creo.

sábado, 12 de septiembre de 2009

después del intervalo (parte 7)

Como si me hubiera oido, tengo a Guadalupe prendida de la muñeca, sonriendo, salvadora, con las tetas que casi se le escapan del escote violeta. Me dice algo que no entiendo y me tomo la copa de una sola vez, más pendiente de lo que está pasando en la parte de la fiesta que acabo de abandonar. Guadalupe me lleva de la mano a un costado para conversar. Se la ve excitada; trae una botella y tomamos del pico –tal vez debería sorprenderme, pero las horas tienden a deformar un poco todo. Siento que pierdo el ritmo, pero me suelto para que me lleven con la corriente. Estoy agradecida con Guadalupe y me cae mucho mejor. Le converso de lo que quiera, y me divierto. Mientras me habla de la vez que conoció a Cecilia –el teatro- sin querer miro a los lados para ver si Lucas me mira o al menos me busca. Pero no veo nada, sólo luces rojas, verdes y azules, caras que parece que se mueven, que beben, cuadro por cuadro, que mueven las bocas como si cantaran –yo no escucho nada-, y que sacuden los cuerpos como si bailaran. Guadalupe termina de atrapar mi atención cuando dice que es actriz y estudiante avanzada de fiolosofía. Se rie de mi cara y me habla de su tesis de grado, de la obra que quiere codirigir; y bebe champagne del pico alternándose conmigo. Le cuento de mis estudios frustrados, del laboratorio que tengo en casa, la muestra que me ofrecieron hacer pero nosé, la carrera que empecé hace dos años y que tengo que concentrarme mucho para no abandonar. Mi amiga es una parte fundamental, mi pie en la universidad. Le sorprende encontrarse a una psicóloga y le digo que falta muchísimo, que a mi me sorprende la actriz. Brindamos por la paz mundial, y mientras bebo mi parte, ella agrega que vino con la intención de tener una buena noche, y creo que me guiña un ojo. Nos abrazamos como amigas que se reencuentran después de mucho tiempo y me dice que el italiano me mira, que si no salimos a cazar pronto no va a quedar nada. Pero primero nos terminamos la botella para que el cuerpo vaya más liviano, para que mañana hayan algunos recuerdos más de qué arrepentirse. Guadalupe dice que a veces hay que saber disfrazarse, como vestirse para un ritual, y actuar un poco para adaptarse a cualquier lugar. Le miro las tetas de nuevo, y me gustaría tener un escote más profundo.

viernes, 4 de septiembre de 2009

después del intervalo (parte 6)

Me termino la copa de champagne, me paso el delineador negro por los ojos, el brillo por los labios, hago pis y vuelvo. Voy directo a la mesa donde están las botellas, procurando ser vista y sin mirar a nadie. Me paro derechita y busco la botella verde. La voz de Lucas me pregunta si quiero champagne. Le busco los ojos que sólo alcanzo a ver con un destello verde. Acerco mi copa sin decir nada, no porque no quiera decirle algo sino porque no tengo nada. Lamento que haya llegado tan pronto –en un par de copas voy a estar más ágil. Sinceramente, prefiero quedarme callada antes que decir una estupidez. Me devuelve la copa llena y sirve otras dos: señal suficiente de que mi tiempo –desaprovechado- se terminó. Con una sonrisa impostada me escabullo en la jungla de piernas y brazos en la búsqueda de una cara concida –Guadalupe; me acordé- que tenga la habilidad de permitirme hacer de cuenta que la estoy pasando tan bien. Alguien me agarra de la muñeca y de un tirón me hace dar la vuelta. Por el acumulamiento de personas ni siquiera pierdo el equilibrio. Se me cae un poco de champagne, sí, pero nadie se da cuenta que le tiré un poco en el vestido a una piba, y en el pelo a otra que parece una enana. Tal vez simplemente no importa.