jueves, 22 de julio de 2010

¡Hugo!


Almohadón para gatos bordado.

domingo, 28 de febrero de 2010

Olvidable (parte 8)

Me quedé tomando aire un par de minutos, no quería regresar al cubículo que por el calor y sus integrantes ya era como un infierno. Cuando por fin el pelirrojo hizo un gesto -me apretó el pie-, bajé. Silvana me preguntó si había visto algo. Por el tono forzado no se notó la estupidez desesperada de su pregunta, y me limité a decirle que no. ¿Qué esperaba que que viera? Tampoco quería alterar a la embarazada que para ese momento ya estaba más tranquila, aunque todavía se tapaba un poco la cara y no paraba de largar cosas acerca de la punción que le acababa de hacer el ginecólogo, para saber si su bebé traía algún defecto genético.
Durante un rato estuvimos todos sentados, acostumbrándonos al aire. Antes de quedarme dormido, miré al pelirrojo, que todavía traía en los ojos una expresión que sólo vi en los ojos de mi perro el día antes de morir. Quice preguntarle si estaba bien, pero supe que no entendería. Las chicas hablaban de maternidad, Silvina decía que quería, pero que su novio no ganaba lo suficiente, y sus voces me llegaban cada vez desde más lejos, como si hubieramos estado en un túnel que se estiraba, y ellas se hubieran estado moviendo en dirección opuesta a la mia.

lunes, 22 de febrero de 2010

Olvidable (parte 7)

Cuando volví a bajar la embarazada había vomitado en la bolsa que Silvina había improvisado. Los papeles que había traído dentro estaban apilados del otro lado, ordenados y encarpetados. Por reflejo miré hacia donde había dejado el sobre con mis papeles firmados para controlar que no se hubieran manchado. Si sumaba manchas al retraso, el jefe me mataría. El aire estaba denso con un olor dulce y metálico y como el olor a vómito hace que otros vomiten –y yo no quería quedarme abajo- se me ocurrió anudar la bolsa y sacarla al techo del ascensor, como si ese cubículo moderno hubiera sido nuestro hogar que necesitaba mantenerse limpio.
En el baño, al que más distraía con mis movimientos o vacías palabras valientes era a Nicolás. Martina lo ponía nervioso y él se ponía a transpirar, a veces temblaba. Verlo así me daba miedo, pero lo tapaba hablando de futbol –hablaba solo, en voz alta- o tramando nuestro escape, inventando manijas alternativas que nunca me hubiera atrevido a utilizar.

lunes, 15 de febrero de 2010

Olvidable (parte 6)

Salí del ascensor como si hubiera salido a la superficie de una pileta después de aguantar la respiración durante largos minutos. El aire afuera estaba fresco, como si la noche estuviera cayendo. Calculé que debían ser no más de las cinco. Me sostuve del techo del ascensor para aliviarle el peso al pelirrojo. No se veía nada, ni un rayo de luz que llegara de algún lugar habitado, sólo el que rebalsaba del agujero del que yo salía. Tenía ganas de gritar y pedir auxilio, pero por algún motivo me contuve. Miré hacia abajo: el pelirrojo tenía la cara que parecía que iba a explotar, pero no me decía nada, ni me miraba. La misma cara que puso Mario, la vez que tuve la idea de que nos escapáranos por la ventanita del baño. Yo fui primero. Martina no tenía fuerza para sostenerme. No quería quedarme solo en el baño y tener que dar explicaciones, si los otros lograban escapar. Al final tuvimos que rendirnos porque me encontré con que la ventana daba al vacío.

sábado, 9 de enero de 2010

Olvidable (parte 5)

Miré el techo por un buen rato. Sentía las respiraciones que hacía Silvina y las que repetía la embarazada y el cuerpo tenso del pelirrojo. Por el agujero no se veía nada, pero algo en esa oscuridad me dejaba mucho más tranquilo que la luz blanca que salía de las paredes. Le toqué el brazo al pelirrojo y abrió los ojos. Hice un gesto con la cabeza que apuntaba a la situación de las mujeres. No quería decir mis miedos en voz alta porque empeoran o se convierten en realidad. Le dije que me hiciera un estribo con sus dedos entrelazados, para que yo pudiera mirar hacia afuera, ver si el otro había podido encontrar una salida o, si seguía por allí, para decirle que se apurara. Estábamos en un edificio viejo, lleno de oficinas y consultorios, y el ascensor era un agregado en la poco transitada área de servicio.

lunes, 28 de diciembre de 2009

olvidable (parte 4)

La embarazada respiraba como si estuviera a punto de parir. Por la panza era evidente que todavía le faltaba un buen rato, pero la chica que se había estado comiendo las cutículas (se llamaba Silvina, o Silvana) estaba convencida de que tenía que hacer la respiración de parto. Yo no terminaba de decidir si era una herramienta de distracción o si realmente creía que eso le ayudaría a calmar el mareo. Del pelirrojo sólo me acuerdo que en ese momento tenía los ojos cerrados y que su silencio era incómodo, como el de un extranjero: un colombiano. El único pelirrojo que conocí, Pablo, un compañero de la primaria. Nadie lo quería cerca porque decíamos que tenía olor a queso. Se atrincheró en la lectura y eso lo convirtió en un objetivo mucho más fácil, como un animal lastimado. Cuando terminamos la primaria se cambió de escuela, o tal vez se volvió a Colombia, pero lo cierto es que nadie más se molestó por saber lo que fue de él. Lo recordé una sola vez, unos años después, y se me ocurrió rastrearlo, pero por falta de iniciativa o por aburrimiento, no lo hice.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Olvidable (parte 3)

Martina era la única que a veces podía tomárselo con humor. Revisaba el botiquín para ver si había algún medicamento nuevo y jugaba a ser farmacéutica. Nos diagnosticaba cosas y nos daba remedios que Nicolás a veces se tomaba. Cuando no le prestábamos atención, payaseaba con la gorra de baño: hacía de cuenta que era una bolsa, y se ponía a respirar adentro, como si el espacio del baño fuera muy poco para ella, como si sus pulmones no pudieran soportar semejante vértigo.