jueves, 20 de agosto de 2009

después del intervalo (parte 4)

Alguien me pone una copa de champagne en la mano mientras le digo algunas cosas a Guadalupe y busco a Cecilia con la mirada. Puedo oirla hablando fuerte, excitada en algún punto de la habitación de luces apagadas, con destellos lumínicos rojos, verdes y azules que salen de un par de aparatitos colgados del techo. El timbre ya sonó de nuevo y mi acompañante –decido que será mi nueva amiga por esta noche- se fue a abrir la puerta dando saltitos entre los que conversan y se rien en su camino.
Busco los cigarrillos torpemente con la mano que me queda libre. Me apuro un poco: hay algo de tener las manos ocupadas que me gusta; un elemento sociabilizador pero inaccesible; la prueba del falso orgullo a estar sola en medio de un enorme grupo de personas. Avanzo con cuidado, intentando no salpicar y no caerme de los tacos. Llevo el cigarrillo apagado por encima de mi cabeza, como si pudiera quemar a alguien. Distingo el contorno de Cecilia y me acerco hasta que me ve. Se separa del grupo de cuatro y me abraza con dos chillidos sutiles de genuina alegría. Me explica que pensaba que no vendría por lo del año pasado y el quilombo familiar. Le doy un beso y le señalo los zapatos: vine por el segundo round. Creo que no entiende –o se hace la que no entiende-, y me dice que estoy hermosa y me presenta al grupo. Mariano, Julieta, Delfina y Darío. Saludo con un beso a todos y vuelvo a Cecilia para preguntarle en secreto lo que ya sabe, pero ya se fue a saludar a otros, recién llegados. Uno del grupo me acerca un encendedor prendido y me pregunta con tono extranjero –italiano- si no quiero dejar mi cartera en la habitación. Me rio. Chupo el cigarrillo con fuerza y vuelvo a reir. A los amigos de Cecilia les gusta ser anfitriones. Y hace un año un hombre me preguntaba exactamente lo mismo. No llego a contestar y siento una mano en la cintura que me conduce hasta el fondo del pasillo: me dejo conducir por la mano de un hombre, con la misma naturalidad de los zapatos y un vestido sin corpiño. Y porque las reglas de la casa, el espíritu de la fiesta, son otras. Tomo más champagne. El deja-vu y las burbujas me sugieren que me quede en fiesta.

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