jueves, 28 de mayo de 2009

Rosario en Chubut (parte 3)

Buenos Aires quedó lejos, y parece como si hubiera terminado el cuatrimestre hace mucho más que un mes. Tiemblo un poco. No me imagino regresando a la facultad. Creo que prefiero tomarme un tiempo más para pensar; en la casa de la abuela estoy bastante a gusto. Si no fuera por este incidente desafortunado, el mes que pasé aquí hubiera sido sumamente revelador. Aunque, de algún modo, el incidente colaboró con la revelación. Si hubieran agarrado a mi abuela, seguro se habría muerto en el momento, asfixiada o del corazón.
Tengo miedo, pero estoy casi segura de que se fueron, de que lo peor ya pasó. El frío no me permite escuchar nada, mucho menos el tractor de Héctor llegando a la casa de mi abuela. Pero no hay que entrar en pánico porque no se sale, y no hay mucho que pueda hacer más que abrir la boca y esperar. Intento mover las piernas, pero no. Los brazos tampoco. La falta de oxígeno los debe haber hecho morir: el sistema es inteligente y sabe que la prioridad es el cerebro. Entonces pienso, y es lo único que puedo hacer.

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