sábado, 27 de junio de 2009

Rosario en Chubut (parte 5)

En algún otro momento de la tarde retomé la lectura, que iba acompasada con el reloj viejo. Fue antes o después de que saliera a caminar para encontrarme con Héctor que llegaba de otro lugar. Ojalá pudiera volver a escuchar el ronroneo del tractor a lo lejos. Al cruzarnos en el camino, me trepé sobre el tractor en movimiento y llegamos al lugar de donde yo había partido. Bajamos y sin decirnos nada, lo seguí. Cortamos algunas ramas de los pinos, regamos las plantas nuevas de la parte “joven” del jardín y me escapé cuando vi que mi abuela venía hacia donde estábamos.
Volví a la casa por atrás, bordeando el alambrado y una fila de abedules viejos. Creo que entré por la cocina, pero no me crucé con Rosa -quizás entré por la galería-; seguí de largo. Me lavé la tierra de las manos y me enjuagué la cara porque faltaba poco para almorzar. Me acomodé en un sillón gastado y esperé a que mi abuela regresara. Qué hice en ese tiempo. Me enjuagué y después… y leí un rato más -qué libro era-, o miré televisión o me quedé ahí contemplando las vigas del techo. Quizás si hubiera echo una cosa y no la otra el encadenamiento de eventos hubiera sido distinto, y los tipos esos no me habrían visto en la montaña, ni me hubieran dejado acá tirada. Pensaron que era la abuela. Y yo una flor de pelotuda que cree que nunca me puede pasar nada.

jueves, 18 de junio de 2009

Rosario en Chubut (parte 4)

Ejercito la mente y reconstruyo lo que hice en el día, lo que me llevó a donde estoy, pero se me mezcla. Desayuné tarde, salí a dar un paseo por la ruta de tierra que lleva al pueblo hasta que llegué a la casa de un vecino que tiene perros sueltos que me dan miedo y siempre me ladran. Regresé, leí en el jardín –qué libro era- y ahí me encontró la abuela, que me dijo que estaba blanca, medio verdosa, que porqué no provechaba el solcito caliente del mediodía para ponerme una de esas mallitas que me quedaban tan "monas". Pensé que su vocabulario está en franco retroceso, como en modo económico, que a su mente sólo le queda lugar para algunas etapas de su vida. Le dije que estaba bien, y por un instante me detuve a pensar qué diría mi madre. “Estoy gorda, mamá. Voy a leer un rato más y después me voy a hacer ejercicio.” Me dijo que yo siempre con lo mismo, que estoy linda, que tengo que comer. Aunque tiene razón, mamá siempre tan flaca y obsesiva. No sé si deprimirme o alegrarme de que nos confunde. Si sólo el tiempo pasara un poco más rápido, si pudiera encontrar una distracción que me lo permitiera. Qué bronca, cómo se pierde la noción del tiempo cada día, y ahora, recién ahora, vivo en él como si fuera mi dueño.