miércoles, 20 de mayo de 2009

Rosario en Chubut (parte 2)

El frío me da sueño, o tal vez sea el efecto de esos ansolíticos de mierda que me dio la abuela y yo consideré importante tomar. Ayer no me hicieron nada, pero quizás la mezcla con el frío sea lo que me afecta. Aunque sé que me va a hacer mal a la garganta, abro la boca con fuerza para que me entre más aire. Es probable que me haya desmayado; ellos deben haber creido que estaba muerta. Me gustaría poder moverme, pero el cuerpo no responde. Tengo sueño, quizás un poco de miedo, pero prefiero no asumirlo, y pienso en otra cosa: en la cara que debo haber puesto cuando vi a Bruno bajarse del auto (a mi mamá no le hubiera gustado nada que ni lo invitara a tomar un café), en lo ridículo de la situación de que alguien se invite, sin avisar, a una casa ajena en el medio de la Patagonia. Trato de acordarme de la cara de Héctor. Conozco sus rasgos generales, pero no puedo verlo ni cuando cierro los ojos y evoco alguna situación en que lo tuviera cerca. Como cuando se encontró con Bruno y conmigo en la entrada de la casa: no me acuerdo de su cara, pero en ese momento supe que él tenía vergüenza. Se sentía desubicado, como si me hubiera encontrado haciendo algo reprobable y él sintiera que le pesaba sobre los hombros la responsabilidad de mis actos. Apareció en silencio por un costado de la casa con la pala grande en la mano. Tardé en darme cuenta de que estaba ahí; lo hice cuando se paró junto a Bruno, y saludó mirando al piso. Después de un momento se excusó y siguió la marcha al sector del jardín que mi abuela llama “joven”.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo conozco; la cara de Hector.