domingo, 30 de septiembre de 2007

Dolores

En el aeropuerto buscaron sus valijas y partieron a encontrar un taxi o a algún conocido del leñador para que los llevara a su casa. Dolores se quedaría con él, en el cuarto del fondo, y pagarían todo a medias. Ella tendría que empezar a trabajar, le dijo él, de manera que, a pesar de no tener grandes conocimientos, comenzó a pensar en qué se desempeñaba satisfactoriamente. Al llegar, el leñador la dejó en su pequeña pieza, retirándose a cumplir con el rito de cada día. Ella observó las paredes húmedas de aquella habitación y pensó que se enfermaría pronto si su sistema inmunológico estaba débil: debía encontrar a esa escurridiza virginidad lo antes posible. Apoyando los bolsos sobre el catre, se dispuso a buscar al leñador para pedirle que la llevara de inmediato al hogar de Jesús el coleccionista. Llamándolo por un nombre inventado, abrió cada una de las puertas que encontraba en su camino para comprobar que no estuviera escondido detrás de ninguna. Sintió un fuerte olor cuando se paró frente a la última, en el otro extremo del pasillo. Al entrar en aquella habitación, el hombre, sumergido en una bañera llena de una sustancia amarronada, se sorprendió de verla. Se sumergió lo más que pudo y ella entendió que estaba desnudo, revolcándose en mierda. Qué asco, dijo tapándose la nariz. Cerró la puerta detrás suyo y le gritó desde el otro lado:

-Apúrese, quiero ver a Jesús inmediatamente.

-No moleste ¿Acaso no ve que estoy ocupado?

Enojada, corrió a su cuarto y pegó un fuerte portazo, para dejar bien asentada su disconformidad.

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