lunes, 28 de diciembre de 2009

olvidable (parte 4)

La embarazada respiraba como si estuviera a punto de parir. Por la panza era evidente que todavía le faltaba un buen rato, pero la chica que se había estado comiendo las cutículas (se llamaba Silvina, o Silvana) estaba convencida de que tenía que hacer la respiración de parto. Yo no terminaba de decidir si era una herramienta de distracción o si realmente creía que eso le ayudaría a calmar el mareo. Del pelirrojo sólo me acuerdo que en ese momento tenía los ojos cerrados y que su silencio era incómodo, como el de un extranjero: un colombiano. El único pelirrojo que conocí, Pablo, un compañero de la primaria. Nadie lo quería cerca porque decíamos que tenía olor a queso. Se atrincheró en la lectura y eso lo convirtió en un objetivo mucho más fácil, como un animal lastimado. Cuando terminamos la primaria se cambió de escuela, o tal vez se volvió a Colombia, pero lo cierto es que nadie más se molestó por saber lo que fue de él. Lo recordé una sola vez, unos años después, y se me ocurrió rastrearlo, pero por falta de iniciativa o por aburrimiento, no lo hice.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Olvidable (parte 3)

Martina era la única que a veces podía tomárselo con humor. Revisaba el botiquín para ver si había algún medicamento nuevo y jugaba a ser farmacéutica. Nos diagnosticaba cosas y nos daba remedios que Nicolás a veces se tomaba. Cuando no le prestábamos atención, payaseaba con la gorra de baño: hacía de cuenta que era una bolsa, y se ponía a respirar adentro, como si el espacio del baño fuera muy poco para ella, como si sus pulmones no pudieran soportar semejante vértigo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Olvidable (parte 2)

El ascensor era de un tamaño parecido al baño donde nos encerraba papá cuando éramos chicos. Tenía un espejo grande, era de calcáreos grises, bastante triste. A la puerta se le salía la manija de adentro, y papá nos amenazaba cada vez que lo poníamos nervioso. Los que no sabían de la falla de nuestro baño no entendían la magnitud de la amenaza, pero aquella manija significaban una, tal vez dos horas en aquel cuarto apenas ventilado por una ventana que estaba cerca del techo, y que estaba a pocos metros de la pared del edificio lindante. A veces me metía a mi solo, pero ese día parecía como si papá nos hubiera metido a todos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Olvidable (parte 1)

Lo último que vimos de él antes de que la embarazada empezara a entrar en pánico fue el cordón sucio de su zapatilla. La chica que se había estado comiendo las cutículas con una voracidad que jamás había visto, abandonó su hazaña y comenzó a tranquilizarla. Al mirarlas, sentía que estaban lejos: no había nada que yo pudiera hacer. Las chicas se habían sentado de un lado y el pelirrojo y yo, del otro. Y el quinto acababa de salir por el techo.