domingo, 18 de mayo de 2008

A que no saben de quién eran (los libros)>

Agarro mis cosas y, sin haber visto la pantalla, tengo que volver a empujar a la gente para bajar. Me pasé una parada y tengo mochila medio abierta. Verifico que no se me haya caído la billetera, empiezo a caminar y alterno, cada cincuenta metros, el brazo que lleva el bolso con los libros. Hago una parada estratégica en un kiosco para comprar chicles de menta y descansar dos minutos, y al sacar la billetera veo el celular y busco la llamada perdida: es de mi profesor. Escucho el mensaje con el vuelto en la mano y el bolso entre las piernas. Quiere saber si voy a ir a dejarle los libros y si voy a quedarme a comer. A pesar del frío siento las axilas húmedas. Guardo el vuelto en un bolsillo trasero del pantalón, me meto un chicle en la boca y, con el bolso colgando del hombro derecho, camino la última cuadra y media sin parar.

jueves, 8 de mayo de 2008

los libros (cont.)

Al tipo sentado contra la ventanilla debe molestarle mi bolso porque lo toca de costado, pero no lo muevo: es lo mínimo que él tiene que pagar por haber conseguido asiento. Para su satisfacción, el colectivo da un frenazo que casi me manda al piso, pero después me ubico lo más cerca posible de él para joderlo y para que se le borre esa sonrisa de ganador. Vuelvo a mirar hacia la calle para tartar de ubicarme, pero no reconozco ni las calles, ni los negocios, ni la entrada de las casas. Mientras le consulto a una mujer cuánto falta para que lleguemos a la calle México, comienza a sonar un celular que nadie atiende, y recién cuando termino de hacer la pregunta caigo en la cuenta de que es el mío. La mujer me responde pero no la escucho porque me enloquece el timbre del teléfono que busco en el quibombo de la mochila que tuve que sacarme de los hombros. Cuando por fin lo encuentro, voy a ver de quién era la llamada y la mujer me dice:
-Es acá, piba.

sábado, 3 de mayo de 2008

Los libros

Abro el bolso para controlar que estén todos los libros. Voy por el octavo cuando el colectivo llega.
-Buenas. Noventa, por favor.
Saco el boleto, avanzo con el envión del colectivo que arranca y a los pocos pasos debo detenerme por la cantidad de gente. Aprovecho para revisar que no olvido nada. Cuando bajan algunos, sigo hasta llegar al fondo con la esperanza de que alguien me ceda el asiento. Podría decir que estoy embarazada: a los tres o cuatro meses no se nota, y menos con la cantidad de ropa que llevo puesta. Pero hacer algo así me daría pudor. Dejo el bolso ente mis piernas y tomo el caño que pasa sobre mi cabeza. La mochila también pesa, pero prefiero tenerla colgada para no maniobrar. Debo andar a medio comino. A pesar de que a esta hora ya no se ve casi nada, conozco el viaje y no es largo. Ya hice este recorrido varias veces, con la diferencia de que hoy está oscuro. Además, llevo mucho peso: veinte libros para devolver.