lunes, 28 de diciembre de 2009

olvidable (parte 4)

La embarazada respiraba como si estuviera a punto de parir. Por la panza era evidente que todavía le faltaba un buen rato, pero la chica que se había estado comiendo las cutículas (se llamaba Silvina, o Silvana) estaba convencida de que tenía que hacer la respiración de parto. Yo no terminaba de decidir si era una herramienta de distracción o si realmente creía que eso le ayudaría a calmar el mareo. Del pelirrojo sólo me acuerdo que en ese momento tenía los ojos cerrados y que su silencio era incómodo, como el de un extranjero: un colombiano. El único pelirrojo que conocí, Pablo, un compañero de la primaria. Nadie lo quería cerca porque decíamos que tenía olor a queso. Se atrincheró en la lectura y eso lo convirtió en un objetivo mucho más fácil, como un animal lastimado. Cuando terminamos la primaria se cambió de escuela, o tal vez se volvió a Colombia, pero lo cierto es que nadie más se molestó por saber lo que fue de él. Lo recordé una sola vez, unos años después, y se me ocurrió rastrearlo, pero por falta de iniciativa o por aburrimiento, no lo hice.

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