martes, 23 de octubre de 2007

Ximenita

Si el encuentro sucedió a fines de diciembre, me imagino que la historia debe haber comenzado en marzo o abril. Ximena volvía en colectivo de la peluquería al trabajo después de escaparse un rato al mediodía para hacerse las uñas (francesitas). Subió, saludó al chofer porque, aunque algunos fueran antipáticos, a veces le contestaban con una sonrisa y alguna que otra vez con un guiño. Avanzó por el pasillo con dificultad no porque hubieran varias personas paradas sino porque llevaba puestos los mismos zapatos violetas de taco aguja que traía puestos cuando la conocí. Al llegar a la mitad del pasillo comprobó que no quedaban asientos libres y que nadie se apiadaría de sus pies (me imagino que algunas chicas tal vez sonrieron con sorna como castigándola). A pesar de que le desagradaba tocar una superficie tan manoseada, se colgó bien fuerte del caño que pasaba por encima de su cabeza para evitar una caída bochornosa. Mientras miraba por la ventana pensando que llegaba tarde al trabajo y que sería la tercer vez esa semana, tuvo la sensación de que alguien la observaba. A pesar de que estaba acostumbrada, se le ocurrió que podría ser un ladrón, de manera que se colocó la cartera sobre el estómago chato de gimnasio. La sensación persistía y optó por darse vuelta y demostrar su desaprobación al que lo estuviera haciendo. Cuando lo hizo se encontró con el ojo particular de un joven que, como ella, estaba colgado del caño. En un segundo, cuando se aseguró de que él sabía que ella lo había notado mirándola, regresó su cara hacia la ventana. Pasaron algunas cuadras y en Callao bajaron varias personas dejando tres asientos libres, uno de los cuales estaba junto a Ximena. Se sentó con un resoplido y miró su celular para comprobar que la jefa no estuviera rastreándola. Al cerrarlo, miró a su derecha disimuladamente para verificar que el joven hubiera entendido que no podía mirarla con semejante despecho. La seguía mirando. No podía creerlo. Pensó cómo actuar y decidió que habían muchos pervertidos sueltos como para decirle algo. Podía reaccionar mal y seguirla hasta el trabajo o quién sabe qué.

Al llegar a su parada, esperó hasta el último segundo para levantarse del asiento. Al hacerlo, lo observó para ver su reacción y a medida que avanzaba hacia la salida pudo verle la cara de frente. Un poco asqueada, bajó de un salto: el joven era bizco.

Caminando hacia su trabajo se preguntó si aquel bizco la había estado espiando. No podía imaginar cómo funcionaban los ojos de aquellas personas. Si tenían la misma calidad de visión por ambos ojos eso significaba que tenían un campo visual mucho más amplio, que podían mirar por la ventana y a ella simultáneamente. Esa idea la incomodó mucho, haciéndola mirar para atrás algunas veces antes de llegar a la puerta del edificio donde la esperaba el portero con una gran sonrisa:

-Vamos, Ximenita, que ya es tarde.

Se sintió a salvo en aquel edificio con aire acondicionado y paredes de mármol. Al subir al elevador olvidó el asunto hasta la noche.

1 comentarios:

Pablo Calvillo dijo...

me gusta que la chica, un poco pesada desde el inicio, entra al bus saludando al chofer con una sonrisa casi comprometida, yet smiling, y sale del bus asqueada, de un brinco y asustada de un bizco, Para mi que se merecía la desilusión,