martes, 30 de octubre de 2007

Jesús, el leñador y Dolores

Al llegar a la biblioteca, Jesús se trepó a una escalera que llegaba hasta las últimas estanterías y descendió con un libro enorme. Lo abrió al azar y se encontraron con que “las virginidades tienden a emigrar cuando hay una aguda disociación entre el cuerpo y la mente”. Dolores estaba muy intrigada por la forma que tendrían, de manera que se puso a buscar fotos o dibujos. Jesús la ayudó: él podía admirarlas el día entero. Le explicó que cuando ellas salen del cuerpo femenino, adoptan una forma más estirada y chata, como una manta raya, pero sin cola aunque a veces son como un pulpo con tentáculos. Vieron que algunas tenían la capacidad de desarrollar alas; esas eran las más reticentes a volver al cuerpo, ya que estaba estadísticamente comprobado que habían sufrido malos tratos. Los colores generalmente se asemejaban al de la carne humana, pero al cabo de algún tiempo de vagabundeo se pigmentaban de verde o gris, dependiendo del hábitat en el que se movían al salir.

-Le voy a tener que pedir que no me roce con su brazo,- dijo Jesús dirigiéndose a Dolores que se encontraba a su lado observando el libro. Y continuó: -Y que no me toque con ninguna otra parte de su cuerpo. Por lo menos no lo haga hasta que recupere su virginidad.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas de nuevo. El leñador se acercó un poco para apoyar su mano en el hombro de la joven, haciendo un esfuerzo torpe por brindarle algo así como consuelo. La escena se sostuvo por un instante hasta que hubo un chirrido en la habitación contigua. Jesús se puso de pie de un salto y aceleró el paso hacia la puerta. Los otros dos lo siguieron, olvidando que habían estado tratando de construir algún vínculo emocional.

Al entrar en el cuarto vecino observaron que una virginidad ingresaba por una entrada de mascotas que se encontraba al pie de la puerta que daba a un patio interno.

1 comentarios:

Pablo Calvillo dijo...

la descripción de la virginidad es tan cruda y tangible que me la imagine como un animal vulvo, ja, cubierto con piel himenica y que al moverse deja un caminito de sangre pegajosa. Guacale, yo la hubiera dejado ir, feliz de la vida.