lunes, 24 de noviembre de 2008

Mala idea (parte VIII - última)

-¿Podés dejar de decir estupideces? No hay nadie más en la casa.
Y escuchamos las risas. Pero no eran sólo las de mi roommate, sino que había otras, más agudas y menos humanas. Nosotros nos callamos. Nos invadió el miedo y dejamos de golpear. Las risas también se fueron apagando y nosotros nos mirábamos con los ojos enormes, con los brazos y las piernas livianas. Volvimos a sentarnos en los lugares de donde habíamos salido. El quinto invitado nos preguntó que qué pasaba, que porqué teníamos cara de situación. Le expliqué con mucha delicadeza que mi roommate nos había encerrado en la cocina, que ahora estaba afuera con los gatos, riéndose de nosotros y sin intenciones de abrir. Todos me miraban desconcertados y el quinto me preguntó:
-¿Quién es tu roommate?
Sentí que iba perdiendo el color de la cara, que dejaba de saber si lo que había dicho era cierto y que ya no conocía a esas personas que estaban en mi cocina. Caminé a la puerta y tras apoyar la oreja en la puerta, le pedí amablemente al roommate que me abriera. Volví a escuchar varias risas. Miré hacia atrás y vi a cinco personas sonreir. Le grité a mi roommate que si no me abría en ese preciso instante lo dejaría en la calle, lo denunciaría a la policía y lo mataría. Explotaron las risas de uno y le otro lado de la puerta. Cerré los ojos y me arrodillé en el piso llorando. Apoyé por última vez la oreja sobre la puerta, y esta vez sólo escuché a los gatos afilándose las uñas en los sofás del living.

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