miércoles, 10 de septiembre de 2008

Tengo una novia norteamericana - parte 4

A Matias le enterneció en algún momento que su novia comiera mucho más que él, pero ahora, desde que viven juntos, se preocupa porque la ve atacar la heladera y la despensa todo el tiempo. Piensa que su cuerpo aguanta y metaboliza todo bien y rápido porque es jovencita, pero que es sólo cuestión de tiempo hasta que ese glorioso funcionamiento deje de ser tan indulgente. Tiene miedo de que ese cuerpito blanco y delicado devenga en uno de esos cuerpos que observa horrorizado todo el tiempo en el campus: mujeres gordas de comida chatarra, blancuzcas y blandas. Que esa colita redonda y simpática crezca y caiga. Él tiene panza, es cierto, pero es sólo por la cerveza. Por suerte en el supermercado tienen de todo, incluso traen Quilmes. De todas formas, y contra todos los pronósticos, su panza se está empequeñeciendo desde que llegó a los Estados Unidos. Si hay algo que en verdad extraña de Argentina es la comida: los asados, las pastas, la pizza, el helado, pero sobretodo, la comida casera de su mamá. Sobretodo a la mamá que lo llama religiosamente una vez por semana desde un locutorio que queda a la vuelta de su casa en Caballito.

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