jueves, 8 de mayo de 2008

los libros (cont.)

Al tipo sentado contra la ventanilla debe molestarle mi bolso porque lo toca de costado, pero no lo muevo: es lo mínimo que él tiene que pagar por haber conseguido asiento. Para su satisfacción, el colectivo da un frenazo que casi me manda al piso, pero después me ubico lo más cerca posible de él para joderlo y para que se le borre esa sonrisa de ganador. Vuelvo a mirar hacia la calle para tartar de ubicarme, pero no reconozco ni las calles, ni los negocios, ni la entrada de las casas. Mientras le consulto a una mujer cuánto falta para que lleguemos a la calle México, comienza a sonar un celular que nadie atiende, y recién cuando termino de hacer la pregunta caigo en la cuenta de que es el mío. La mujer me responde pero no la escucho porque me enloquece el timbre del teléfono que busco en el quibombo de la mochila que tuve que sacarme de los hombros. Cuando por fin lo encuentro, voy a ver de quién era la llamada y la mujer me dice:
-Es acá, piba.

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