domingo, 20 de abril de 2008

La tierra del cementerio

Olivia vivía en una región donde escaseaba la tierra y llovía demasiado. Los problemas que existían por falta de tierra ya se habían resuelto de alguno u otro modo, pero quedaba uno: el cementerio. La falta de tierra era una relativa novedad ya que había comenzado a hacerse notar veinte años antes, cuando ella recién nacía. La lluvia había comenzado a aumentar un poco antes de esa época, drenando la tierra, poco a poco, por algún lugar de las zonas bajas. Olivia sólo conocía aquel clima húmedo y las calles mojadas: siempre vestía botas de goma y llevaba un paraguas para cuando se desataba el temporal. Cuando el sol se dejaba ver en algún intervalo entre nubes, Olivia sentía que ardía su cara y abría el paraguas de nuevo.

La abuela había vivido hasta los ochenta y tres, dos meses después del décimo cumpleaños de su nieta. A partir de la muerte, Olivia y su madre irían rigurosamente cada mes al cementerio a limpiar la tumba, llevar flores y, tal vez, si las precipitaciones lo permitían, conversar entre las tres.

Para el momento del funeral, la tierra era escasa y cada vez más costosa. Aún así, se había conseguido la cantidad necesaria para un entierro digno. “Pero van a tener que seguir pagando si no quieren que en el futuro le de frío en los huesos a la abuela” había dicho como relamiéndose con dinero en los ojos el Sr. Olegario, viejo cuidador del cementerio.


1 comentarios:

Unknown dijo...

me gusto mucho! la imagen del lugar esta buenisima. Capaz me falta que me digas que hay en el suelo si no hay tierra... a menos q quieras que sea todo muy metafisico
esta bueno que abra el paraguas cuando sale el sol tambien
la ultima frase de relamiendose esta un poco complicada

exigenciaaaaaaaaaaaa